viernes, 6 de noviembre de 2015

Biografía y Cuentos de Ramón Fonseca Mora

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Perfil, Blog oficial del autor

Ramón Fonseca Mora nació el 14 de julio de 1952 en la ciudad de Panamá. Abogado y escritor de cuentos panameños. Recibió desde niño una esmerada formación académica que habría de permitirle desarrollar, ya en plena madurez, su innata vocación literaria. Así, tras haber recibido una exquisita educación primaria y secundaria en el colegio La Salle, ingresó en la Universidad de Panamá para cursar estudios superiores de Derecho y Ciencias Políticas, materias en las que obtuvo una licenciatura que le abrió, años después, una espléndida trayectoria profesional en la sede ginebrina de las Naciones Unidas, donde prestó sus servicios por espacio de seis años. Previamente, había completado su formación académica realizando un curso de especialización económica en The London School of Economics.

Al tiempo que se esculpía este esplendido futuro profesional, Fonseca  intento atender también esa vocación literaria que se le había manifestado con brío durante su época estudiantil , y comenzó a cultivar la prosa de ficción hasta tener completados varios relatos y la novela titulada La danza de las mariposas, una espléndida opera prima que fue galardonada en su Panamá natal con el prestigioso premio Ricardo Miró, en su modalidad de narrativa. Fonseca se reveló también como un consumado artífice en el complejo género de la narrativa breve, al que aportó una primera recopilación de relatos presentada bajo el título de La isla de las iguanas.

El éxito alcanzado por estos dos libros provocó que el renombre literario de Ramón Fonseca Mora rebasara los estrechos límites del panorama literario panameño para extenderse por todo el ámbito geocultural centroamericano y llegar, incluso, hasta ese continente europeo donde el escritor de Panamá había pasado tantos años de su vida. Y así, en efecto, tras la publicación de otra magnífica novela titulada 
La ventana abierta (1996), un sello editorial español dio a la imprenta en la Península Ibérica la que, hasta la fecha, es tenida por su obra maestra, aparecida bajo el título de Ojitos de Ángel (Madrid: Alfaguara, 1999).

En palabras de uno de sus editores, "sus escritos abordan temas del diario acontecer, que al desarrollarlos se convierten con sencillez y naturalidad, en una trama intensa, muchas veces anecdótica, que permite la identificación con el personaje y hace sentir la historia como propia". Otra de las señas de identidad que singularizan su magnífica prosa es la constante apelación al sentido del humor, así como el sostenimiento desde la primera hasta la última página de un humanismo cálido y directo que, por su sencillez y amenidad, llega con gran facilidad a todo tipo de lectores.
Por otro lado, Fonseca es socio fundador y primer presidente de la Cámara Panameña del Libro.

A continuación, una lista de sus obras:
  • 1976, Las Cortes Internacionales de Justicia
  • 1977, Reflexiones de Derecho Judicial
  • 1985, Compañías Panameñas
  • 1988, Panamá, un viejo lugar bajo el sol
  • 1998, Soñar con la ciudad
  • 1994, La danza de las mariposas
  • 1996, La ventana abierta
  • 1995, La Isla de las Iguanas
  • 2000, 4 Mujeres vestidas de Negro
  • 2007, El Desenterrador
  • 2009, Ojitos de Ángel
  • 2012, Míster Politicus

El libro Ojitos de Ángel, es un libro superventas en Panamá, Perú y Venezuela, con ventas que superan los 75.000 ejemplares.

Entrevista realizada al autor por Ívory Samos Acosta del colegio El Nuryanal:

1. ¿Cuándo se dio cuenta de que escribir era su pasión?
Cuando era muy joven. Hay gente que se expresa hablando, otra gente te expresa escribiendo. No me gusta hablar mucho pero me gusta mucho explicarme a través de la palabra escrita. Y desde que soy joven estoy escribiendo. El otro día me encontré unos cuentos de cuando tenía doce años. Se remonta en el tiempo bastante mi afición por la literatura.
2. Sabemos también que se dedica a las Ciencias Políticas; ¿Le influye este trabajo a la hora de escribir o le sirve de inspiración?
Por supuesto todo lo que me rodea me sirve de inspiración. Las ciencias políticas, mi familia, mis experiencias, mi profesión de abogado… Absolutamente todo sirve de fuente de inspiración para una novela, para un cuento o para una obra de teatro.
3. ¿Qué le supuso obtener en dos ocasiones el Premio Ricardo Miró? ¿Ayuda económica o méritos propios?
Me encantó, me ayudó a definir mi vida como escritor, fue una gran motivación. Méritos propios, el premio es muy pequeño. El hecho de ser reconocido públicamente me ayudó muchísimo. Yo antes escribía pero usaba un seudónimo, no me atrevía a escribir con mi nombre. El premio me hizo salir a la luz y afrontar mi realidad como escritor.
4. Nuestro colegio este año se ha apuntado al proyecto de Amnistía Internacional, donde colaboran más institutos que luchan por los derechos humanos de todo el mundo. ¿Conocía este proyecto?
Sí, conozco este proyecto al que admiro muchísimo. Hay muchos escritores que están presos o perseguidos y Amnistía los ayuda.
5. Centrémonos en Ojitos de Ángel, libro que durante este trimestre los alumnos de 4º de Secundaria han leído ¿Cuando empezó a escribir esta obra tenía una idea clara de lo que usted quería plasmar en la historia o decidió seguir el curso de su imaginación?
Hay dos maneras de escribir, en una, el escritor sabe a dónde va y cuál es el final, la otra, la misma escritura le va llevando al escritor a través de la historia y de la trama. En Ojitos de Ángel, yo sabía desde el principio a donde quería llegar y cuál era la trama. Sabía el esqueleto de la novela.
6. ¿En qué otro lugar del mundo podría situar esa habitación del hospital?
En cualquier país con pocos recursos económicos para la parte pública, no lo situé en Panamá sino que lo sitúo a nivel universal. El hospital puede estar en cualquier país de América Latina, en África o en algunos países de Asia.
7En sus otras obras se describe mucho los paisajes, en este libro solo vemos la naturaleza a través de una ventana, ¿crees que ese es uno de los inconvenientes que tiene Mechi para su cura?
No, lo hice a propósito. Me encanta describir. Mis otras obras son bastantes descriptivas. A propósito Metí la trama en un cuarto de hospital para no tener que describir. Es una técnica, quise amarrarme yo mismo y no describir porque me encanta describir.
8. En la historia se ve a una niña pequeña pero muy madura, que sabe que su muerte está cerca. ¿Crees que en la realidad un niño/a puede cambiar la forma de pensar de una persona adulta?
Yo no escribí Ojitos de Ángel con moralejas, ni con cambios, ni con la idea de que Julio cambie. Yo conté un cuento nada más, esa fue mi intensión al escribir Ojitos de Ángel. ¿Cambió Julio? ¿Cómo lo sabemos si después que sale del hospital no cuento nada más? Es un final abierto, que cada lector saque su propia conclusión.
9Si tuviera que pedir un deseo para los alumnos del país. ¿Cuál sería?
Que lean bastante. Que aprendan que leer es un arte, que una vez que se aprende y se le mete a uno en el cuerpo no se le despega mas nunca. Y es maravilloso porque hay que hacer un esfuerzo para entrar en un libro, porque una vez que uno entra se puede meter en los zapatos del autor, en los de los personajes y entra a ver el mundo desde el punto de un viejo, de una niña, de un perro, de un viajero, o de un monstruo, o de un vampiro… La literatura es maravillosa y lo que les deseo de todo corazón es que encuentren en los libros lo que buscan. Y que lean bastante para ello.

En el siguiente vídeo se muestra la entrevista realizada al autor, Ramón Fonseca Mora, por Susan Elizabeth Castillo ante las cámaras de Dime Quién Eres


A continuación, observaremos algunos de los cuentos del autor. Pero antes de ver los cuentos, ¿Sabes tú, qué es un cuento?

Un cuento es una narración breve creada por uno o varios autores, basada en hechos reales o ficticios, cuya trama es protagonizada por un grupo reducido de personajes y con un argumento relativamente sencillo. El cuento es compartido tanto por vía oral como escrita; aunque en un principio, lo más común era por tradición oral. Además, puede dar cuenta de hechos reales o fantásticos pero siempre partiendo de la base de ser un acto de ficción, o mezcla de ficción con hechos reales y personajes reales.

Ahora que ya tenemos una idea de lo que es un cuento, podemos empezar a leerlos... “Abramos los libros y sumerjámonos en el mundo diferente , como por encantamiento, aparece ante nosotros.” Ramón Fonseca Mora.


El árbol de mango

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                        El hombre salió al patio y observó por primera vez el árbol de mango. No era que nunca hubiera estado en aquel espacio abierto. Por el contrario, había transitado por allí incontables veces: al salir a su trabajo ; cuando se sentaba  leer en la banca ennegrecida por la humedad que estaba cerca del estanque, y cuando deseaba estar solo, lejos del ruido de la casa. Pero era la primera vez que se detenía y veía el árbol de mango. Notó sus largas hojas que descendían como dedos finos y delgados alrededor de la copa redondeada. Tocó su tronco grueso, inmenso, repleto de cavidades y cubierto de protuberancias parecidas a los nervios y venas que se observa en las manos de un pianista o en las piernas de los atletas.
            Pensó que aquel árbol debía de ser viejo, muy viejo. Quizás fue plantado allí por su padre; o por su abuelo; o por el padre de su abuelo. ¨¿Cuántos años tendrá?¨, se preguntó. ¨Qué antiguo es y ha estado allí todo este tiempo sin yo interesarme en él¨.
            Recordó la casa de tablas que, una vez hace mucho tiempo, había clavado en una de sus ramas. Se acercó y pudo notar en lo alto d las cicatrices hechas por los clavos; y logró ver también la cabeza de uno de aquellos apéndices herrumbrados sobresaliendo de la piel arrugada, casi todo cubierto de savia viscosa y obscura, como si el árbol hubiese intentado sin éxito sacarlo de su cuerpo y curar su herida. Se vio niño, corriendo por el patio y subiendo a lo alto de aquellas ramas, gritando desde arriba mientras lo invadía aquella excitación del juego acalorado que solo los que viven sin preocupaciones pueden sentir.
            Alargó su mano y tomó una de aquellas hojas alargadas entre sus dedos y, sin cortarla, la acarició. Le sombró su color verde vibrante y vistoso, repleto de venitas que cubrían toda su superficie. La miró a trasluz y le pareció ver a su alrededor un halo luminoso. Se acercó al tronco, pasó una mano sobre él y sintió su superficie áspera sobre la que una fila de hormigas ascendía y descendía al mismo tiempo. Desde que recordaba siempre había habido hormigas en aquel gigante. Eran parte integrante de él y vivían de él y para él. Incluso una vez habían invadido su casita de madera, y llegó a pensar que lo hacían obedeciendo quizás una orden del árbol para que lo libraran de aquellos intrusos que osaban hospedarse entre sus ramas. Poco después descubrió que las hormigas habían sido atraídas por los pedazos de pan y mermelada, abandonados tras los almuerzos empacados de la nana, especialmente dedicados a ser consumidos en la casa del árbol. En adelante, limpiaron bien después de devorar los emparedados y nunca más hubo una invasión.
            Se fijó en la rama que había sujetado aquella casita endeble, hecha con tablas sacadas de las cajas de manzanas regaladas por el tendedero de la esquina, y sonrió. Recordó los juegos de bandidos y vaqueros; piratas y corsarios, unos defendiendo el castillo en lo alto de aquel árbol que parecía inmenso, y otros tratando de escalar, mientras de arriba llovía agua, orín, mangos verdes, maduros y podridos y hasta alguna que otra piedra recogida y guardada en el fuerte con premeditación y alevosía.
            Entonces apareció en su memoria Juan y su caída desde lo alto. Alguien, nunca se pudo aclarar quien, lo empujó en el frenetismo de impedir que invadieran la fortaleza. Cayó y rebotó en el piso de tierra, rompiéndose un brazo y dando berridos tan espantosos que todo el barrio acudió a ver qué sucedía. El muchacho se curó pero el incidente tuvo como consecuencia que la casa del árbol fuese destruida y que se prohibiera construir otra en aquel lugar. Eso no impidió que las batallas se repitieran. El equipo que defendía el árbol lo siguió escalando, defendiendo su posición colgados de los troncos y ramas altas, mientras que los asaltantes intentaban conquistar la fortaleza ya sin sus murallas de defensa.
            Buscó entonces con la mirada los frutos amarillos, ovalados y jugosos que usualmente colgaban de aquel ser enramado, y no vio ninguno. Recordó que no era temporada y que tendría que esperar algunos meses para ver brotar las primeras flores, que se convertirían en pequeños racimos de frutas verdes, los cuales crecerían y madurarían hasta convertirse en pelotas jugosas repletas de deliciosa carne amarilla. Se vio de nuevo niño, sentado en la misma banca ennegrecida que estaba todavía allí, y recordó sus manos trabajando en forma apresurada, quitándole la piel a una de aquellas frutas maduras, y sintió de nuevo el regocijo que lo invadía cuando se lo llevaba a la boca y hundía sus dientes en aquella masa apetitosa. Se llenó de saliva. Vio entonces a su madre con la cara apretada, los ojos echando chispas y señalándolo con el dedo mientras lo regañaba por la camisa y los pantalones manchados de jugo. También recordó a su padre, irritado a la hora de la cena por el poco apetito que sentía su hijo después de aquella comilona. Pero nada importaba. Ya los mangos estaban seguros en su estómago y en su boca sentía todavía el sabor tan especial de aquel manjar tropical.
-    -      ¡Papá! ¡Apúrate que tengo que terminar la tarea!
-          ¿Por qué no sales?
-          ¿Para qué?
-          Para que veas el árbol.
-          ¿No lo viste?
-          Si, pero quiero que también lo hagas tú. Es tu proyecto, después de todo.
-          Estoy apurado. El programa empieza en diez minutos.
-          Olvídate de la televisión y ven acá.
-          Pero papá…
-           Sal Acá afuera hay algo más importante.
-          Papá…
-          Apúrate o no te ayudo.
-          Bueno…
-          Además, te tengo una sorpresa –agregó, mientras miraba hacia lo alto y pensaba en donde encontraría las tablas y los clavos que necesitaría.

Y con una sonrisa en los labios esperó a que el muchacho llegara. Y mientras lo hacía agradeció a Dios que su esposa esa tarde hubiera tenido que salir, y que por ello el se había encargado de la tarea de su hijo: describir un árbol. 


La Culebra

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Lucho cortaba el monte, separando con una rama pelada y punta en horqueta la hierba y hojarasca, dando golpes certeros con su machete afilado. Canturreaba canciones de su tierra bajo el inclemente sol tropical que lo hacía sudar a torrente. Avanzo un paso, metió el palo entre un herbazal tupido y, ¡zas!, una veloz culebra salto y mordió el campesino en el tobillo derecho, donde le dejo diminutos agujeros por los cuales comenzó enseguida a brotar sangre. Dio un salto hacia atrás y con un machetazo partió al ofidio en dos.
El hombre, invadido por el pánico, comenzó a dar alaridos y a correr cojeando hacia su choza de barro y pencas, de donde su señora, alarmada por los gritos, salía ya a recibirlo. Dando traspiés y ayudado por su mujer, el mordido entro a su rancho y se tiro sobre una pila de sacos que esperaban vacíos la próxima cosecha.
                -Llama a Carmelo! – grito, mientras sostenía con sus dos manos la pierna accidentada.
La señora salió en carrera y Lucho, como pudo, apretó un pedazo de soga arriba de la herida, para tratar de contener el avance del veneno.
¡Ay, me muero!-gimió-. ¡Esta vez sí que me muero…!
                Se recostó en su improvisado lecho y comenzó a temblar. Grandes gotas de sudor cubrieron todo su cuerpo y se sintió desfallecer. Todo le daba vueltas y la casa parecía como si estuviera a punto de caerle encima. Trato de incorporarse sin conseguirlo y comenzó entonces a manotear en torno a si, desacomodando los sacos y tumbando una pila de ellos sobre su cabeza, lo que aumento su confusión y pánico.
Fue entonces cuando comenzaron las convulsiones. Las primeras las sintió levemente, en la superficie de su cuerpo. Sin embargo, las que le siguieron fueron profundas y dramáticas, estremecieron todo su ser y le hicieron adoptar posturas grotescas. Su mente desvariaba y por ella comenzaron a transitar algunos pasajes importantes de su vida. Vio a su madre, hacía mucho tiempo ya fallecida, consolándola mientras le acariciaba el cabello y su padre, quien vivía lejos de allí, regañándolo por no haber tenido cuidado.
Las convulsiones aumentaron en intensidad hasta hacerle perder el control casi por completo.
-¡Ay, madre de Dios!-gritaba-. ¡Diosito, no me abandonéis! ¡Piedá!
Y seguía retorciéndose en el suelo de tierra.
De pronto la puerta se abrió, sin que Lucho se diera cuenta, y entraron su mujer y algunos vecinos atraídos por el tumulto.
Enseguida apareció en la puerta Carmelo, el curandero, quien traía en la mano una maleta vieja llena de pócimas, y en la otra la culebra partida en dos.
-¡Lucho!- llamo su mujer. - ¡No te hagáis el bobo y párate de allí!
El mordido no contesto y seguía estremeciéndose, aunque al oír la voz de su consorte abrió un ojo.
-¡Ay, mujer, me muero! – exclamo el mordido con voz casi inaudible-. ¡Decile al brujo que me prepare el te pa’ cúrame!
-¡Que te ni que nada! –interrumpió el yerbero-. ¡Eso yo lo doy yo a los enfermos y no a los mordidos por una ratonera sin veneno! ¡Parece que usted está más sano que yo!
Lucho miro a su alrededor, y sus ojos se clavaron en la culebra que el curandero tenía en la mano. Se quedó así unos instantes tratando de asimilar lo sucedido y, lentamente, con movimientos vacilantes, se incorporó de su lecho de agonía.
-¡Jooo..!¡Lo que hace el mieo, ¿Noo? – Y trato de emitir una leve sonrisa.
Todos rieron, inclusive Lucho, aunque sabía que en los años venideros muchos volverían a burlarse de él cuando se contara esta historia en las noches lluviosas de aquella apartada región del país.

Análisis:
Personajes:                                                         

Lucho, Carmelo el curandero y la mujer de lucho.

Lugar donde transcurre el cuento: El campo y una choza de barro y pencas.

Opinión Propia: Este cuento me dio mucha risa, la verdad es muy entretenido y afirma que la mente es una arma de doble filo. 

Resumen: Lucho cortaba la hierba con su machete tranquilamente escuchando típico como de costumbre, cuando de repente le muerde una culebra en el tobillo derecho, y comienza a brotar sangre.
Salió corriendo a su choza a gritos, llamando a su mujer, ¡Que buscara al curandero!
Mientras eso pasaba, Lucho, recostado en su improvisado lecho, le comenzaron las convulsiones, en donde ve a su madre, ya fallecida, consolándolo mientras le acariciaba el cuello, y a su padre, regañándole, que tuviera más cuidado.
Luego de todo eso, llego el curandero Carmelo con pociones y la culebra partida en dos y es que resulta ser que la culebra era inofensiva... Todos rieron aunque, sabía que en unos años más adelante se volverían a burlar de él, queda como una historia para contar en las noches lluviosas.



Los Jueves en la Tarde


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               Mari me había pedido que investigara y no pude negarme.       Y no solamente porque Mari era mi mama. La verdadera razón es que me había invadido una curiosidad muy grande y quería averiguar el secreto. Por ello decidí aceptar y enterarme que hacia mi padre todos los jueves en la tarde.
                Colocha, su suegra, había prevenido a mama. Le dijo que sus hijos ponían la mano en el fuego con Mario y Hernancito; pero Quiquito y Michito, definitivamente no. Me imagino que Mari rio cuando oyó aquello acerca de sus Michito y no le hizo mucho caso. No obstante, cuando papa comenzó a desaparecer todos los jueves en la tarde, sin excepción, recordó las palabras de Colocha y su rostro comenzó a mostrar la tensión que sentía. Decidió entonces averiguar que hacia Michito aquella tarde de la semana.
                Primero le pregunto despacito, con cariño. No logro nada. Su cónyuge contesto con evasivas y al rato se encerró en el baño de donde no salió por la próxima hora. El es aficionado a encerrarse en esta parte del apartamento, pero solo por veinte o treinta minutos. Aquello aumento las sospechas de mi madre y renovó sus esfuerzos por averiguar la solución al misterio.
                Su segunda táctica consistió  en preguntarle a sus amigos usuales; con tacto, por supuesto. Pero también negaron saber nada. Además, pusieron cara de asustados y le afirmaron enfáticamente que ellos nunca desaparecían ni los jueves, ni ningún otro día de la semana. Aunque “por si las moscas”, le pidieron no comentar el asunto con sus esposas. Mama no quería armar líos en casas ajenas y se abstuvo de hablar sobre el tema con sus amigas, aunque si vio sospechoso que en las próximas semanas casi todos se reportaron religiosamente con ella llamando y preguntando por mi padre todos los jueves en la tarde.
                Mi madre, ya un poco desesperada-y ella es una persona muy paciente-, decidió, llamarme y pedirme que averiguara el destino de Michito. Yo, ni corto ni perezoso, se lo pregunte, con tan buen resultado que me lo dijo enseguida. Ahora yo también desaparezco todos los jueves en la tarde sin excepción. 

Análisis:

Personajes: Mari, Colocha, Mario, Hernancito, Quinquito y Michito.

Lugar donde Transcurre el cuento: El edificio en donde viven

Opinión personal: Este cuento se asemeja a una relación disfuncional, en la que la esposa empieza a sospechar que el marido la esta engañando o algo parecido. Al igual, el hombre no habla con su esposa para decirle que no se tiene que preocupar de nada, si nada esconde.

Resumen: Mari, la esposa de Nichito, le mandó a investigar a su hijo sobre el destino de Nichito todos los jueves por la tarde?
Colocha, su suegra, la previno, diciéndole que ella por sus hijos Mario y Hernancito, ponía la mano en el fuego, pero por Quiquito y Michito, definitivamente no. Ella rió. No obstante, cuando su esposo comenzó a desaparecer los jueves, recordaba lo dicho por su suegra y alborotó su curiosidad.
Primero, le pregunto despacito, con cariño. No logró nada. Su conyugue la evadía y se encerró en el baño por una hora. Eso aumentó más sus sospechas y le comenzó a preguntar a sus amigos, y ellos decían no saber nada, pero que no le dijera a sus esposas.
Fue tanto que le dijo a su hijo que le preguntará, este fue y su padre le contestó y desde ese entonces, los dos desaparecen con los jueves por la tarde.


La inquilina

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Todo iba muy bien hasta que saque mi cabezota por la rajadura del cielorraso, y la señora de la casa me vio y emitió un alarido. Fue un momento muy cómico. Ella allá abajo lanzando grititos y yo en mis alturas arrastrándome de regreso a la reconfortante obscuridad de mi hueco. La casa se convulsiono en un santiamén. La cocinera salió de su cocina armada de una escoba, y los niños corrieron refugiarse en brazos de su madre, quien trataba de calmarlos y calmarse ella al mismo tiempo.
                El dueño de la casa apareció a los pocos momentos armado de una escopeta, y si no fuera porque el cielorraso estaba bien terminado, con filigranas de yeso e imágenes de querubines, estoy seguro que lo habría dejado hecho una coladera y , de paso, a mí también. Pero cuando levanto la escopeta y apunto al área cercana al hueco por donde me había asomado, la señora grito aúnas alto de lo que lo hizo conmigo: “¡No seas Bruto! ¡Vas a reventar el techo!”. El señor la miro sorprendido y bajo el arma. Yo mirándolo todo por un pequeño agujero que había dejado un clavo.
                La agitación no termino con aquello. Unas horas más tarde un auto se detuvo frente a la casa y descendieron de él dos hombres vestidos con máscaras y cubiertos de pies a cabeza por un capote de plástico amarillo chillón. Venían armados de aparatos colgados a sus espaldas, y yo apenas los vi, ni corto ni perezoso me retire rápidamente del lugar, escondiéndome a prudente distancia entre las hojas de un árbol vecino.
                Desde mi escondite pude ver toda la operación. Primero desalojaron toda la casa de seres vivos. Salieron el gato, el perro, el loro, los sirvientes, los niños, el papá y la mamá. Después entraron de nuevo los sirvientes y sacaron todo lo que había en la cocina y lo amontonaron en el jardín. Finalmente, el dueño de la casa con gran pompa recorrió todas las habitaciones, cerrando con un portazo cada puerta y ventana, lo que permitía seguir su evolución dentro de la casa.
                Cuando todo estuvo preparado entraron aquellos dos asesinos y rociaron todo aquel lugar con un liquido tan nauseabundo y asfixiante que se sintió hasta en mi refugio, situado a varias decenas de metros. Lo lamente mucho por mis compañeros de techo, las lagartijas, cucarachas y sabandijas con las que ocasionalmente jugaba, y que engullía solamente cuando el hambre me acosaba.
Aquello fue toda una ocasión para los habitantes de este hogar. Por primera vez vi al padre sentarse en el patio a almorzar con sus hijos y su mujer, y a los sirvientes permitirse reír cerca de sus patrones. Inclusive la señora recorto una flor y le pregunto a una de las muchachas de servicio por su salud. Hacía mucho tiempo que no los oía gozar como lo hacían en el jardín, y hasta pensé que quizás debería asomar mi cabeza de vez en cuando por la rajadura del techo para lograr efectos tan positivos.
                Al final de la tarde la casa estuvo lista y todos entraron. El olfato de los humanos no están sensible como el mío, y por ello no sintieron casi nada de la presencia de aquel gas nefasto. Yo me tuve que quedar a pasar la noche en el árbol, y la verdad es que lo disfrute mucho, con la luna alumbrando entre las hojas y cientos de estrellas titilando en el cielo. Era un espectáculo muy diferente a la húmeda oscuridad de mi techo y aprendí a apreciar el aire fresco de la noche, me deslizo del techo hasta el patio y enrosco mi cuerpo en una de las ramas del mismo árbol que me cobijo aquella noche. Entonces me dedico a mirar las estrellas y a recordar la cara asustada de la señora el día que me vio por primera vez. 

Análisis:
Personajes: La lagartija, La familia, los empleados y los exterminadores

Lugar donde transcurre el cuento: La casa de la familia.

Opinión personal: Para mi, este cuento tiene un gran valor, ya que enseña que un pequeño animal puede hacer cambios tan enormes en una familia. Me gusto mucho.

Resumen: Pasó un momento cuando aquella asomó su cabezota por el cielorraso, fue alirante para la señora de la casa, salió la cocinera con una escoba y los niños a brazos de su madre.
El dueño de la casa salió con una escopeta en mano a disparar, pero la señora le dijo que ¡no!, que iba a dañar el techo. Y no pasó.
Horas más tarde llegaron unos exterminadores rociando una sustancia por toda la casa, dejando mal olor y matando a sus amigas las cucarachas y las lagartijas.
Ella se fue a un escondite en el árbol, viendo todo lo ocurrido.
Por primera vez vio al padre almorzar con su hijos y su mujer,  y a los sirvientes permitirse reír cerca de sus patrones. Gozaban tanto que pensó asomar su cabeza de nuevo de vez en cuando, para lograr efecto tan positivos.

Ella paso una linda noche viendo la luna y las estrellas en el acogedor árbol. 

El político viejo

radicalhome.wordpress.com


El hombre descendió de la puerta de atrás de su auto y con gesto torpe de su mano intento imitar la instrucción usual al chofer de que esperara. Este lo miró y asintió con la cabeza, sonriendo levemente y achicando los ojos.
Avanzó lentamente por la losa de la entrada, arrastrando un poco los pies, con su cuerpo delgado y fibroso un poco encorvado y con la cabeza baja y las manos en los bolsillos. Al llegar a la puerta del café levantó los ojos y volvió la cabeza, observando a través de sus lentes de cristales gruesos su auto de lujo con vidrios oscuros, y la silueta de la cara del chofer por la rendija sin papel del vidrio delantero, sonriendo todavía y mirándolo con sus ojos chicos y melosos.
En ese momento una pareja iba saliendo y el joven con gesto galante abrió la puerta del café para que su acompañante pasara. Sin embargo, el viejo se adelantó a la muchacha y avanzo a través de la abertura, sonriendo al mismo tiempo a la pareja que esperaba pacientemente al otro lado. El joven observo bien la cara alargada y la cabeza llena de cabellos blanco que pasaba frente a él; abrió bien los ojos y sus labios dibujaron enseguida una mueca de repugnancia que penetró por los ojos del hombre y estalló dentro de él llenándolo de amargura y tristeza. El muchacho tomó del brazo a su acompañante y enseguida desaparecieron rumbo a la calle, dejando al viejo plantado en media puerta, desconcertado y con la cabeza baja.
- Dos más que te desprecian ¿ah?
El viejo se volvió sorprendido, miró a su alrededor y vio el café vació, con solo sus amigo Carlos, de estatura baja y regordete, que lo miraba con gesto burlón detrás del mostrador del bar. Intentó sonreír pero en su cara se dibujó solamente una mueca que hizo que su amigo comentara:
- Duele, ¿ah? ¡Pero lo tienes merecido por bocón!
El viejo no dijo nada y se acercó lentamente al bar en donde tomo asiento y levanto el rostro, deteniéndolo a poca distancia de la cara de su amigo, parados varios segundo mirándose fijamente los dos, y, finalmente el gesto burlón se borró de la cara del dueño del bar. Entonces dijo:
- No me das lástima Miguel. Te lo tienes merecido por hablar tanto... ¡Y tanta paja!
El viejo se llevo las manos a los bolsillos, sacó una pitillera y tomando un cigarro dijo:
- ¡Me lo tengo merecido! Eso es lo que me dices todo el tiempo, pero por lo menos me lo dices...
- ¡Claro que te lo digo! Te lo digo hoy y te lo dije ayer, cuando estabas encaramado por allá arriba, entre nubes de humo, y ni te acordabas de tus amigos... ¡Más bien, nos mandabas todo los días al paredón!
- Y nunca me pediste un favor
- Nunca te pedí un favor, es cierto. ¿Y para qué? Tengo todo lo que necesito y no necesito nada de nadie, y menos de ti.
El viejo levantó los ojos, miró atentamente a sus amigo e intentó
sonreír.
Tienes el local vació, Carlos-comento mientras lo recorría con su vista .
-Así es, Miguel. Ya te he dicho que se ha regado la voz que vienes todas las tardes aquí, sin faltas, y me has espantado toda la clientela. Pero no importa, para eso somos amigos, ¿no?
Al viejo por primera vez le brillaron los ojos, miró rostro regordete de su interlocutor y dijo:
-No me pediste nada cuando tenía el poder para ayudarte, y ni siquiera me acorde de ti cuando los teléfonos y el timbre de mi puerta sonaban sin parar, y estaba tan lleno de amigos. ¡Como nunca en mi vida…!
El viejo permaneció en silencio que su respiración un corto tiempo se normalizó, y entonces respondió:
-Lo de siempre; por favor.
Carlos se apartó un momento del mostrador y procedió a preparar una limonada que su amigo siempre tomaba.
Entonces se abrió la puerta, entró un señor en saco y corbata quien, sin prestar atención, se dirigió directamente al bar en donde tomo asiento cerca del político. Viro un poco la cara y observo a su vecino de reojo, como usualmente hacen las personas al entrar a un lugar público. El viejo sintió que aquella mirada duraba más de lo usual y que el visitante se volvió para verlo mejor. Soporto el escrutinio unos segundos, sin prestar, pero al notar que continuaba, volvió la cara hacia el recién llegado e intento sonreír. Noto enseguida el mismo gesto de desprecio que había visto en el joven y sintió su impacto dentro de sí en forma tan violenta esta vez, que se tuvo que agarrar de su asiento para no tambalearse. El visitante no esperó la llegada del dependiente y levantándose de su asiento salió con prisa del local.
-Otro que perdemos…-oyó decir a su amigo a sus espaldas, pues se había vuelto para observar la partida precipitada del visitante por la puerta-. Tú un admirador y yo un cliente.
-Yo no tengo admiradores de saco y corbata-dijo lentamente el viejo, todavía pálido por el incidente-. Mis admiradores los encuentras en el campo, en las montañas y en los barrios pobres de la capital.
-Tu admiradores los encuentras hoy en las cárceles y exiliados por pillos y ladrones. ¡Y esos no son admiradores tuyos sino del dictador!
-Estás equivocado…
-No estoy equivocado y tú lo sabes muy bien. Tú fuiste solamente un instrumento en la rapiña planeada y ejecutada por un grupo de malvados, incluyendo un malvado mayor, y a subiendas te dejaste utilizar.
-Lo hice para servir a la patria.
-¡Qué patria ni que nada! Lo hiciste para servir a tu ego, y lo sabes muy bien.
-Cada día me dices los mismo, pero estas muy equivocado y te lo probaré.
-No me lo puedes probar pues sabes que tengo la razón.
-El pueblo está con nosotros, y no con estos usurpadores del poder.
-El pueblo siempre está con la verdad; la intuye y la siente, y sabe que ustedes son unos mentirosos y tú te prestaste para ello.
-Llegará el día en que veras que tengo razón…
-Al paso que vas, no creo que vivas para eso.
El viejo levanto los ojos sorprendido, y Carlos agrego enseguida:
-No, no quise decir que te vas a morir, Miguel. Pero estás tomando esto tan a pecho que te va a afectar.
-¡Tú no sabes lo que es haber estado en la cima del poder, dominarlo todo, y ser ahora despreciado, olvidado…! –soltó a decir de repente-. ¡Duele, Carlos! ¡Tuno sabes cómo duele…!
-Pero, el poder no era tuyo, Miguel. El poder era del dictador, y se lo ganó no por bondades sino por lo malo que era. Y te pusiste a sus órdenes. Eras un soldado más en sus legiones.
-No creas… Lo hice pensando que algo se podría hacer por el país.
-Todos dicen lo mismo… Y acaban igual que tú: despreciados y con el ego destrozado.
El viejo miró a su amigo con su mirada triste, se levantó de su asiento y dijo:
-Bueno, ya basta por la sesión de hoy. Hasta mañana, Carlos.
Este miró al político viejo con sus ojos cargados de lastima, y entonces pregunto:
-Miguel, si tanto te lastima que te diga lo que pienso, ¿Por qué vienes aquí todos los días, me buscas conversación y haces que te menciones asuntos que no te gustan?
El político miro a su amigo largamente, los ojos se le aguaron y la cara se le descompuso. Al fin pudo decir con voz entrecortada:
-Por lo menos tú me hablas y me tomas en cuenta, aunque me digas cosas que duelen. Prefiero eso a que me ignoren, Carlos. Lo peor de todo esto es que me ignoren… ¡Que nadie me llame y que nadie me visite! ¡Que se aparten de mí en la calle como si fuera un apestado… Como si no tuviera nada que decir. ¡Ese es el peor castigo que hay, Carlos! ¡Peor que la muerte y la cárcel!

Y haciendo un gesto con la mano a modo de despedida, salió del café con la cabeza baja y arrastrando los pies.


El Amor de la Abuelita

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La señora recorría la habitación con paso lento, arrastrando los pies, y produciendo con ellos un sonido rítmico con sus chancletas, que resonaban en las paredes de la vieja casa. Con una mano armada de un plumero de plumas de gallina atacaba cuanto se le ponía delante, levantando pequeñas nubes de polvo azuloso y blanco, y con la otra mano pasaba un trapo húmedo por lo que ya había sido desempolvado, quitando con ello las poquísimas partículas de polvo que habían logrado salvarse del asalto del plumero.

- Que día más lindo es hoy, ¿verdad? - preguntó con tono jovial pero apagado, pues hablar le costaba esfuerzo con el ajetreo de la limpieza.

No obtuvo respuesta, pero aún así le devolvió la sonrisa al rostro risueño de su marido, que seguía mirándola desde su sitio preferido, un costado del sofá que utilizaba para descansar y leer.

Siguió limpiado con ritmos pausados pero precisos aprendidos después de innumerables veces de pasar el plumero y el trabajo por el mismo lugar. De repente encontró un lugar en el que no se había detenido en algunas semanas y sacudiéndolo con el plumero, levantó una nube de polvo en la que pudieron observarse las pequeñas partículas suspendidas, a través de los rayos del sol de la mañana que penetra por la ventana de paneles de vidrio y madera, abierta de par en par.
¡Huy! ¡Qué polvareda! Voy a tener que limpiar más a menudo este lugar.

Continuo con su labor de limpieza pasando de nuevo el plumero y el trapo húmedo sobre la recién descubierta mina de polvo.

Se dirigió a la cocina en donde sacó un viejo frasco de vidrio medio lleno de pequeños granos de cereal. Extendió el trapo mojado y lo lleno con el afrecho, atando enseguida las cuatro puntas de la tela para evitar que los granos se salieran. Se dirigió enseguida a la ventana abierta de la habitación donde había estado limpiando, desató el nudo del pañuelo y colocó un puñado de afrecho sobre el alfeizar, mientras llamaba con voz trémula:

¡Vengan pajaritos! ¡Hora del desayuno! ¡Vengan bonitos.!

Como por encanto, numerosos pajaritos se desprendieron de las ramas de los arboles que rodeaban aquellas casa, se posaron sobre el borde de la ventana rodeando a la anciana y comenzaron enseguida a devorar los granos con diestros picotazos. Revoloteaban tratando de situarse donde más afrecho había caído, muchas veces emprendiéndola en contra de sus congéneres, también a picotazos.

La viejecita miraba feliz todo aquello y colocaba, de vez en cuando mas afrecho para reemplazar el consumido por las hambrientas aves. También, a veces, se volvía y observaba sonriente a su esposo, quien desde su lugar en la sala. Observaba aquella escena, teniendo siempre en sus labios aquella sonrisa que su esposa tan bien conocía.

Terminados los granos, las pequeñas avecillas, un poco más pesadas por lo que habían consumido, miraron vacilantes a su benefactora tratando de adivinar si habría más comida. Mas como no vieron signos de ellos, poco a poco abandonaron el quicio de la ventana y volaron presurosas de regreso a los árboles más cercanos, unas para alimentar, regurgitando, a sus crías, y otras para reposar antes de lanzarse de nuevo por los cielos de la ciudad. La generación para ti y sabiendo que ya no tendría más compañía, se apartó de la ventana y dado su labor.

Desempolvaba y pasaba el trapo mojado, una y otra vez, y así avanzaba lentamente entre los muebles que relucían por lo limpio que estaban. Mientras trabajaba de y acusó a ocasionalmente por el rabillo del ojo el rostro de su esposo, el cual también comenzaba a brillar al ser alcanzado por los rayos del sol que se explicaban por la ventana. Cada vez que lo veía sonreía y recordaba los buenos momentos que había disfrutado con el Señor. 
Revivía el día en que lo había conocido, con sus cabellos color marrón y sus ojos grises claros, parado firmemente en el quicio de la puerta de entrada a la casa de sus padres, con la mano extendida sosteniendo un ramo de flores y con una sonrisa en los labios, la misma que ella seguía viendo todas las mañanas, y la voz de su mamá que decía: "Hija, éste es Roberto, el hijo de mi amiga Isabel, quien viene a conocerte." De allí en adelante todo había pasado muy rápidamente, casi sin notarlo, y pronto se encontró viviendo en la casa en que ahora estaba, con sus muros gruesos de piedra y rodeada con un gran patio con fuentes cantarinas y árboles cargados de frutos y pájaros, viendo la vida transcurrir apaciblemente en torno a ella, y sintiendo todos los días el amor que se dependía de aquellos ojos, los mismos que la miraban desde su sitio preferido en la habitación.
Siguió con su trabajo, con su ritmo constante-cloc cloc-, tratando de desempolvar lo ya desempolvado, y pasando el trapo, ya no muy húmedo, por las superficies pulidas de la madera. Todos los muebles que la rodeaban se los había comprado Roberto, al principio poco a poco, pues no había mucho dinero después de los gastos por la adquisición de la casa, pero posteriormente en forma mucho más holgada al crecer su negocio y terminarse el pago de la hipoteca.
Se acercó a un escaparate estilo francés, menudo y delicado, con vidrios curvos en sus costados y finamente labrado y enchapado. lo abrió con mucho cuidado pues era frágil, y con mano temblorosa movió el plumero entre las figuritas de porcelana que coleccionaba dentro de la vidriera. Muchas de ellas eran regalo de Roberto, otras fueron compradas durante los viajes que hacían juntos, y las más nuevas, con, los colores más vivos y trazos más irregulares, eran obsequios de sus hijos, quienes todavía le regalaban figuritas de porcelana cada navidad.
Tomó una de ellas entre sus manos, la que más gratos recuerdos le traía, comprada por su esposo en Venecia allá por los años cuarenta, cuando todavía había canales limpios y góndolas, cientos de ellas surcando las vías de agua, con sus marineros cantando y tratando de atraer pasajeros a sus barcas. Se la había dado de sorpresa, después de escucharla decir frente al escaparate de una tienda cuánto le gustaba. Se la habían envuelto mientras ella, distraída, veía otras bellezas en una habitación contigua, y se la había dado ese mismo día, durante la cena, a la luz de las velas cerca de los canales misteriosos, mientras escuchaban el murmullo del agua descender hacia el mar. Ella siempre había creído que la magia de aquella noche penetro en la imagen, y había permanecido allí. esperando, para seguir cada vez que sus manos la tocaban. La tomó y al sentir aquel objeto pulido entre sus dedos se halló sentada en la misma mesa con velas, mirando los ojos grises de un hombre joven.
Devolvió la figurilla a su lugar de reposo y cerro con delicadeza la puerta de la vidriera, que crujió al ajustarse.
Con pasos lentos y medidos se dirigió al lugar más sagrado de la casa, a la esquina preferida de Roberto, en donde estaba su sofá y su pipa; y en donde todas las tardes, como rito solemne, apenas llegaba de la oficina se sentaba a leer los periódicos y algunos libros que con las páginas marcadas aguardaban su retorno a medio leer.

Se acerco con lentitud, casi con devoción, y miro aquel rostro que tan dulcemente le devolvía la mirada. Observó sus contornos, su expresión, como tantas veces lo había hecho. Entonces tomó con cuidado el marco de madera en donde reposaba el retrato de su marido, muerto hacía muchos años, y con movimientos suaves empezó a desempolvar con el plumero aquella imagen sonriente.



El banquero y el pintor

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-Julio, ven para acá y déjame presentarte al expositor.
- Espera un minuto, Susana.
- No hay tiempo. Hay que aprovechar que se nos escapa. ¡Maestro! ¡Maestro…!
- Hola, Susana. Tengo días de no saber de ti. Gracias por venir.
- Buenas noches, maestro. Es verdad: ando medio perdida, ¡sabe? Ocupada con mi  casa y lo social. A propósito,  le presento a mi esposo. Julio, este es el pintor Luis Vuigo, de quien tanto te he hablado.
- Mucho gusto en conocerlo, señor Vuigo.
- El gusto es mío, señor Aranda. Tiene usted una esposa con una sensibilidad exquisita y buen gusto por el arte.
- Lo sé. Lo veo todos los días en las paredes de mi casa, y en la columna de débitos de mi chequera.
- Ja, ja… Cuánto siento que el buen arte cueste, señor Aranda. Pero tiene que admitir que es dinero bien gastado.
- A veces pienso que sí, otras que no… Si pudiéramos  vender los cuadros que compramos rápidamente y con ganancia, estaría de acuerdo con usted. Pero nosotros lo único que hacemos es pagar y acumular.
- El arte no se debe adquirir solo pensando en el dividendo. Un cuadro tiene que decir algo a la sensibilidad del comprador.
- El maestro tiene razón, Julio –interrumpió Susana-. Hemos comprado nuestros cuadros más por estética que por inversión.
- Bueno, los has comprado tu; casi nunca yo. Y espero que hayas pensado también en la parte material.
-Los he escogido por su significado, y no porque su valor pueda aumentar.
-Cada vez que compras uno me dices que es igual que tener oro. Que no existe lugar en el mundo en donde nuestro dinero esté mejor colocado.
- Eso también es verdad, cariño. Pero yo compro porque me gusta lo que adquiero.
- Entonces, ¿podrías haber gastado una fortuna en cosas que no valen?
- No, eso no, Julio. Se lo mucho que te importa que invirtamos bien, y trato de comprar cosas de valor.
Apartó la vista y la fijó en el final del salón. Agregó:
            -Ahora, por favor, excúsenme que vi una amiga allá al otro lado- y partió dejando a los dos hombres solos.
            - Esa mujer mía se gasta cada año una fortuna en cuadros. La mayoría están colgados en las paredes de mi casa y en mi oficina, pero los muros se están acabando y no sé donde va a poner tanta obra. Ya tiene un buen grupo guardado en el sótano.
            - Su esposa tiene razón, señor Arana. Las obras de arte pueden ser la mejor inversión que hay.
            -No creo, amigo Vuigo. En el mercado hay bonos y otros valores que alcanzan 10% o más de incremento en su valor por año.
            -Un buen cuadro de un buen pintor puede doblar su valor por año…
            -¿100% de aumento? No sea iluso.
            -Sí, así es…
            - No lo creo.
            - ¿Sabe usted a cuánto se vendió un Van Gogh el año pasado? ¿Y un Rubens hace sólo algunos meses?
            -¡Ah! ¡Esos sí! Son pintores clásicos que murieron y que su obra es limitada y fuera el alcance de un comprado común como yo.
            -¿Y qué me dice de Dalí, Miró y Picasso, todos vivos hasta hace unos pocos años? Muchas personas compraron cuadros cuando recién comenzaban, y ahora los pueden vender por miles de veces su valor.
            - Es cierto, pero esos también ya estaban muertos.
            -¿Y no piensa usted que los nuevos Dalí y Picasso podrían estar exhibiendo hoy en las galerías de nuestro país?
            -¿Cómo usted aquí?
            -Sí, como yo aquí.
            -¿Y sus cuadros valen mucho?
            -¿En dinero o en valor artístico?
            -Bueno…, en ambos, por supuesto. Lo uno está unido con lo otro, ¿no?
            -No necesariamente. Recuerda usted a Van Gogh. No pudo vender un solo cuadro durante su vida y tuvo que vivir casi de la caridad. Sin embargo, la humanidad a aprendido a apreciar su arte y pagan fortunas por sus obras.
            - Después de muerto…¿ De qué le ha valido al pobre?
            -Bueno, todo es relativo. Estoy seguro de que tuvo una gran satisfacción en crear esas pinturas inmortales. Aunque nadie las comprendiera en su momento, el sí lo hizo y apreció su propio trabajo.
            - Pero tuvo que vivir de la caridad. Usted mismo lo dijo.
            -Así es, pero ¨no solo de pan vive el hombre¨. Produjo tal cantidad de cuadros que debió sentir algún goce en pintarlos.
            -Pero nadie los apreció…
            - A un verdadero artista eso no le importa. Lo principal es que el mismo valore su obra y se regocije en crearla. ¡Eso es lo importante!
            -Entonces, ¿para qué las exhibiciones?
            -Uno también tiene que vivir…
            -¿Y usted considera que sus cuadro son también una buena inversión?
            - Para el que los entiende, ¡por supuesto!
            - ¿Y para el que solo desea obtener una ganancia con ellos con su reventa?
            -Para esos no.
            -No entiendo.
            - Si una persona desea solamente ganar dinero con mis cuadros, preferiría que no los comprara.
            -¿ Y eso?
            - ¿Usted tiene hijos, señor Arana?
            -Si, dos. ¿Por qué?
            -Y si alguien ofreciera comprárselos, ¿usted los vendería?
            -¡Por supuesto que no!
            -Bueno,  mis cuadros son casi como sus hijos. Hablando en metáfora se podría decir que no los vendo. Los cede a quienes tienen la capacidad de apreciarlos y se me retribuye con dinero para que pueda seguir procreando más.
            -¿Cuántos cuadros tiene usted en esta exhibición?
            -Unos veinticinco, más o menos.
            -¿Cuánto ha vendido?
            -No lo sé…Unos diez o doce, supongo.
            -¿No quisiera venderlos todos?
            - Si, pero a personas que lo aprecien.
            - ¿Sus cuadros han aumentado de valor en los últimos años?
            -Si, bastante.
            -Bueno, fíjese usted en aquel en el centro de la sala. No está a la venta. Lo pinté hace ya unos tres años y me lo compró el mismo dueño de esta galería. Ha triplicado su valor.
            -¿100% cada año?
            -Exacto.
            -¿Y si yo quisiera comprarlo?
            -El dueño no lo vende. Lo muestra con orgullo, pero no lo vende…
            -¿Cuál considera usted que es el mejor cuadro?
            -Ese que está allá –y señala un cuadro grande en el centro del salón.
            -¿Está vendido?
            -No.
            -¿Cuánto cuesta?
            -Diez mil.
            -Bueno, lo compro.
            -Gracias, pero, ¿no desea que nos acerquemos y que le explique algo más sobre él y mi técnica antes de que haga su decisión?
            -No. No es necesario. Mi decisión ya está hecha. Voy a probar su teoría. Lo conservaré tres años y entonces trataré de venderlo en treinta mil.
            -Entonces no se lo vendo.
            -¿Cómo dijo?
            -Que no se lo vendo.
            -Pero si no tiene ni la mitad de sus cuadros vendidos…
            - No importa; prefiero no vendérselo.
            - ¿Y, por qué?
            -Se lo dije ya hace un momento.
            - ¿Qué?
            -No vendo cuadros para inversión, solo a quienes lo aprecian. Por eso invité a esta exhibición solamente a personas como su esposa, con las cuales me siento a gusto si mis obras se venden.
            -Ah…
            - Además, ya está vendido
            -Pero si me acaba de decir que no lo estaba.
‘           - Hace un minuto no, pero ahora sí…
            -¿Y quién se lo compró tan rápido?
            -Yo mismo. Voy a seguir sus consejos: lo conservaré tres años y lo venderé en treinta mil. Y ahora, permiso, tengo que circular para atender a mis otros invitados.







  Consejos de pesca

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El vendedor puso una de sus manos frente a la otra, miró cada una, las apartó un poco más y al fin dijo, con una sonrisa en los labios:
                -Sí, así era de grande. Se me escapó al final porque la cuerda no aguantó. Estuve peleando por un buen cuarto de hora hasta que se me fue…
                -¿Y qué señuelo utilizo? –preguntó uno de los que le escuchaban.
                La sonrisa del hombre se amplió y acercándose a uno de los anaqueles rellenos de señuelos anunció, tocando uno plateado que brillaba con la luz fluorescente de la tienda:
-          Esta preciosidad…- y lo acarició con afecto.
-          ¿Cuántos pies de cuerda dejaste libre? –preguntó otro que le conocía.
-          Unos cincuenta –respondió-. No hay que dejar mucho por si pica uno grande. Hay que tener suficiente cuerda de reserva para la pelea. Soltar y recuperar; soltar y recuperar…-y mientras hablaba tomaba en sus manos una caña imaginaria e imitaba los movimientos de la pesca.
-          ¿Tiene fotos? ‘preguntó el primero.
-          No. Yo nunca le tomo fotos a mis peces trae mala suerte.
-          Ya veo…
-          A propósito -añadió el vendedor- ,¿alguien tiene un reloj? Por favor avísenme cuando sean las cinco.
-          Faltan cinco minutos para las cinco –respondió uno de los que escuchaban.
-          Gracias. ¿Dónde estábamos? ¡Ah, sí! En la pesca del róbalo. ¿Sabían ustedes que a veces se les encuentra río arriba varios kilómetros?
-          Sí. Tengo entendido que es un pez de rio y mar- dijo uno.
-          Cómo el salmón- agregó otro.
-          ¿Es ese el pez que puede pesar más de 200 libras y que hay que pelarlo por varias horas?
-          No- respondió  el vendedor sonriendo-. Ese es el sábalo real. Ese da muy buena pelea, pero casi nadie lo pesca como deporte en Panamá. Existen en el lado atlántico. Metidos en los ríos  y en los esteros. También se pescan en el lago Gatún, en donde se quedaron atrapados cuando construyeron el canal.
-          ¿Y son tan grandes como se dice?
-          Si, son muy grandes, y muy peleadores- respondió de nuevo el vendedor-. Son peces primitivos, llenos de huesos, por lo que es difícil comerlos.
-          ¿Y usted ha atrapado alguno?- Pregunto otro de los presentes, que no había hablado hasta ahora.
-          ¿Qué hora es?-preguntó de nuevo.
-          Tres para las cinco –respondió el mismo que le había dado la hora unos minutos antes.
-          Gracias. Sí, he atrapado muchísimos; incontables. Algunos de más de 150 libras.
-          ¿Tienes alguna foto que nos muestres para ver cómo son? –preguntó el que lo conocía.
-          No. Te he dicho que no me gusta tomar fotos.
-          ¿Y con qué se atrapan los sábalos? –preguntó el mismo que le había preguntado inicialmente por el pez.
El vendedor sonrió. Se acercó nuevamente al anaquel y respondió:
-          Con esta lindura…-y rozó con su mano un señuelo hecho con plumas relucientes de todos colores con un anzuelo grande en su mitad.
Uno de los presentes se acercó y tomó el señuelo, y dirigiéndose al vendedor preguntó:
                -¿Y con qué caña usó esto? ¿Y cuántas libras de hilo?
                El vendedor miró a todos lados. Entonces tomó a su cliente por el brazo, lo apartó del grupo y lo condujo adónde un grupo de cañas de pescar lo aguardaban. Cogió diestramente una de ellas y con gesto triunfante anunció:
                -Esta es la que usted necesita.
                El cliente dócilmente comenzó a moverla con su mano de atrás para adelante, y de adelante hacia atrás, con movimientos rápidos que hicieron vibrar al artefacto.
                -¿Y qué carrete le pongo? –preguntó el cliente
                -Venga… - y lo condujo a un mostrador en donde relucían carretes de todos tamaños y formas. Tomó uno de los más brillantes,  color oro, y mostrándoselo a su acompañante a la altura de los ojos lo movió de lado a lado, haciéndolo brillar con la luz de la lámpara.
                -Esto es lo mejor que tenemos para sábalo. Es una aleación nueva, un poco más cara, pero que resiste el tirón más fuerte.
                El grupo de personas del que se habían alejado comenzaba a rodearlos nuevamente para escuchar las explicaciones que el vendedor le daba al cliente escogido.
                Este, deslumbrado por la belleza del carrete, lo miró por unos instantes y dijo resuelto:
                -Me llevo la caña y el carrete –y no miró el precio.
                El vendedor sonrió. Entonces miró a su alrededor, como si hubiese recordado algo, y preguntó al grupo de hombres que se había formado otra vez a su alrededor:
                -¿Qué hora es? ¿Alguien me podría decir la hora?
                -Falta menos de un minuto para las cinco, -contestó el que siempre miraba el reloj.
                -Gracias. ¿Dónde estábamos? ¡Ah, sí; falta el sedal-dijo dirigiéndose al cliente que tenía el señuelo, la caña y el carrete en sus manos.
                Dio dos pasos y tomó una madeja de hilo de pescar de un estante cercano, y se lo dio al cliente.
                -Tome. Este le servirá.
                -¿De cuántas libras es? –preguntó uno de los presentes.
                -De veinte libras-respondió el vendedor -. Ideal para el sábalo. Hace que la pelea sea más interesante que con uno más grueso. No se puede traer el pescado muy rápido porque revienta la cuerda, y tampoco se rompe muy fácilmente si se sabe cómo pelearlo.
                -Muy bien, lo compro- dijo el cliente-. Por favor, ¿me lo pone en el carrete?
                - ¿Qué hora es? –preguntó de nuevo el vendedor.
                -Las cinco en punto –respondió el que siempre lo hacía, después de mirar atentamente su reloj.
                -No, no le voy a poner la cuerda en el carrete –dijo el vendedor dirigiéndose al cliente que tenía todos aquellos aparejos en sus manos.
                Este lo miró con ojos de asombro y preguntó:
                -Pero, ¿por qué no lo va a hacer? Es su deber.
                -Lo era mientras estaba trabajando aquí, pero me acabo de jubilar.
                -¿Cómo? –exclamó otros de los presentes.
                - Sí. Me acabo de jubilar. Hoy era mi último día y a las cinco me jubilé.
                - Además – agregó- odio la pesca y el mar.
                - ¿Qué?- exclamó otro -. Yo tengo varios años visitándolo y escuchando sus consejos. ¿Y hoy es que me viene a decir que odia la pesca?
                - Odio la pesca y el mar, pero eso no quiera decir que mis consejos sean malos. Son acertados, eso lo sé; aunque no sean míos. Solo repito lo que oigo.
                -¿Cómo es eso?- lo interpeló el mismo señor.
                -Muy fácil. Todos ustedes vienen aquí y conversan conmigo. Yo repito los datos que aprendo y con ellos invento mis historias. Y como son muchos los que me visitan, es fácil conseguir material para mis relatos.
                -Ha sucedido – añadió-, que cuento nuevamente su misma historia a un pescador, cambiando los personajes y el paraje para que no la identifique. ¿Saben lo que me responden?: ”Sí, algo parecido me pasó a mí…”
                -Entonces, ¿de verdad que a usted no le gusta la pesca? –preguntó otro.
                -No, por supuesto que no. A mí lo que me gusta es la montaña y odio el mar.
                -¿Odia el mar? ¡Nos ha estado engañando por todos estos años!
                - Les he mentido solo al decirles que era yo quien pescaba todas esas cosas. Eran ustedes mismos los que lo hacían. Yo solamente cambiaba las fechas y el tamaño de los peces y me los atribuía a mí. Sin embargo, el lugar, la profundidad, el señuelo o carnada, todo estaba correcto. Era la experiencia de ustedes transmitida por boca mía.
                -¡Usted es un farsante!
                -No, creo que no. Siempre les dije la verdad.
                -Pero usted nos dijo que era un pescador…
                - Bueno, en cierta forma lo era…
                - Pero si nos acaba de decir que nunca fue a pescar-
                -Nunca fui a pescar peces, pero si pesqué q muchos…
                -¿Cómo? -preguntó uno-
                -¿Cómo se pesca sin ir de pesca? No entiendo –dio otro.
                -Muy fácil –respondió el vendedor-. Este era mi lugar de pesca y señaló con su mano todo alrededor del almacén --. Y mis pescados eran mis clientes –y pasó su mano frente a ellos. Y ésta era mi carnada –y mostró la mercancía que estaba alrededor de él. Y mi recompensa y satisfacción la obtuve a través de aquello, -y apuntó su dedo hacia la caja registradora.
                -Y ahora, si me permiten –dijo, abriéndose paso entre el grupo de personas que lo moraban con ojos grandes y la boca un poco abierta -, me excusan pues mi esposa me espera para partir a nuestra casa en la montaña. Lo más lejos posible del mar.

                Y dando un portazo salió del almacén.



 Reglas

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            La mujer abrió la boca y gritó, y el alarido retumbó en toda la sala, rebotando en las paredes y filtrándose en los cuartos vecino del hospital. La cabeza del niño comenzó a verse entre las piernas, y mientras más salía más vociferaba ella.
            -¡Mierda! ¡Coño! ¡Maldito el hombre que me preñó! ¡Todo es culpa suya, hijueputa doctor! –y miró con rabia al cirujano vestido de blanco que la ayudaba en su labor.
            El doctor miró a la enfermera, quien lo miró a su vez, y bajaron ambos los ojos. Se concentraron en el bebé.
            -Sí, doctor, culpa suya..-repitió la mujer entre jadeos-. Gracias a usted lo estoy pariendo.
            La enfermera levantó el rostro y miró al doctor con los ojos bien abiertos. Ningún gesto se escapó del semblante del hombre que seguía concentrado en su trabajo. Tomó con delicadeza la cabeza del recién nacido, y con voz suave y tranquila dijo:
            -Ahora, cuando cuente hasta tres, puje, señora. Puje con fuerza.
            -¡Usted es quien debería estar pujando, doctor! –respondió la mujer con rabia-. ¡Usted es el responsable de la criatura! –comenzó a decir entre sollozos-. Usted la debería parir, no yo….
            -Uno…
            -Usted tiene la culpa…
            -Dos..
            -¡Mierda¡, ¿por qué no me hizo caso?
            -Tres…¡Puje, puje con fuerza!
            -¡Ayy..! ¡Bendito sea el Santísimo! ¡Mierda! ¡Doctor!
¡Ahora sí tiene que hacerlo! ¡Doctor! ¡Ayyy..! ¡Mierda!
            -Falta poco.. ¡Puje, señora puje..!
            -Está casi afuera-intervino la enfermera-. Un esfuerzo más y listo.
            -¡Ayy..! ¡Coño!
            -Ya salió; faltan los pies nada más –anunció la enfermera con tono de triunfo.
            -¡Ayyy, virgencita querida! No se vaya doctor, no se vaya….Esta vez tiene que ayudarme. Otro no…¡No quiero otro más!
            Pero el doctor había dado media vuelta y se alejaba con la cabeza inclinada, sacándose poco a poco los guantes.
            -Tengo seis hijos, doctor, y con este siete. Por favor, ¡esta vez tenga piedad! –suplicó la mujer.
            -No puedo, señora. Son las reglas del hospital.
            -No puedo más, doctor…
            -¿Ha probado otros métodos?
            -Nada me sirve. Tengo un marido que me pega y me roba. Y no le gustan los globos, ¿sabe?
            -¿Y si se le coloca algo ahí dentro?
            -No, doctor. Quiero que corte…, y que lo corte muy bien.
            -Ay, mihijita, pero tú tienes solo veintiocho años.
            -Y siete hijos y un cuerpo viejo y cansado.
            -Sí…No pareces de veintiocho, sino un poco más.
            -Bastante más, doctor.
            -Voy a pensarlo. Regresa dentro de un mes.
            -¿Un mes, doctor? En un mes estoy preñada de nuevo.
            -Evita a tu marido.
            -¿Evita a tu marido? Imposible. Me acosa noche y día y tengo que acostarme con él dos veces por día como mínimo.
            -¿Cómo?
            -Sí, dos veces, doctor. ¿Por qué cree que no fallo un año en estar preñada?
            -Un mes; deme un mes, señora. Antes de eso no puedo hacer nada.
            E inclinando la cabeza sobre su escritorio, fingió escribir hasta que la señora se levantó y salió, cerrando la puerta del consultorio con un golpe seco.

            La mujer gritaba mientras la ambulancia daba saltos en los huecos de la calle, abriéndose paso con una sirena desafinada. De entre sus piernas sobresalía el alambre ensangrentado de un gancho de ropa, fijamente adherido a sus entrañas. El enfermero, acostumbrado a aquellos menesteres, se bamboleaba sentado a un costado de la camilla, la mirada perdida a través de la ventana y con un cigarrillo en los labios. Un nuevo grito de la señora hizo que girara la cabeza lentamente y la observara. Decidió que su color estaba muy pálido y con movimientos lentos tomó la mascarilla atada a una botella de oxígeno, y se la colocó en la cara. La señora pareció calmarse al respirar aquel aire refrescante, y el enfermero volvió a su posición abstraída, mirando de nuevo la ciudad por la ventana.
            -Hay que abrir para sacar ese gancho-informó.
            -Pero doctor. Ha perdido mucha sangre y no conviene hacerlo aquí en urgencias.
            -No hay tiempo que perder. Llame al ginecólogo de turno y que traigan cinco pintas de sangre O+.
            -¿Seguro que es O+?
            - Eso dice su carnet  no hay tiempo para hacer pruebas.
            -Se está poniendo pálida.
            -¿Dónde está esa sangre?
            -Fueron a buscarla.
            - Rápido, al quirófano. Vamos, empujen todos.
            - Enfermera, guantes.
            - ¿No se va a lavar, doctor?
            - No hay tiempo que perder.
            - Bisturí.
            - Tiene latidos débiles…
            - No hablen. Déjenme concentrarme.
            - Se va, doctor…
            - Shhhh…
            - No está respirando, doctor.
            - ¿ Choque cardíaco ?
            - No tenemos la máquina.
            - ¿Dónde está?
            - Dañada. Se la llevaron para arreglarla.
            - ¡Mierda! Voy a darle masaje cardíaco. Sosténgame, enfermera.
            - No funciona…
            - Shh… Déjeme trabajar.
            - No hay latidos, doctor.
            - Shh…
            - Ya no respira…
            - Bueno, se acabó.
            - Doctor, acaba de llegar el ginecólogo Sánchez.
            - Buenos días, doctor.
            - Buenos días, doctor Sánchez. Mire esto…
            - Se metió un alambre de ropa.
            - Estas pobres desgraciadas ya no saben qué hacer para no tener más hijos.
            - Sí, eso es cierto…
            - Bueno, doctor Sánchez. Gracias por venir, aunque fue por gusto.
            - De nada, colega. Un momento. ¿ Quién es ella ? Yo la conozco.
            - ¿La conocía?
            - Sí, estuvo hace unos tres meses pariendo aquí mismo. Dijo que iba a volver pero no lo hizo.
            - ¿Quería anticonceptivos?
            - No. Me pidió que la esterilizara.
            - ¿ Y no accedió?
            - No. Las reglas del hospital ¿Sabe…? Tenía solo 28 años.
            - Ah, sí. Veintiocho años.
            - Pero con siete hijos.
            - ¿Siete hijos?
            - Sí, siete…
            - ¿ Y usted no hizo nada?
            - No podía. Quería esterilizarse y yo no puedo hacer eso. Las reglas…
            - Sí doctor, las reglas… - y volviéndose miró el rostro de aquella señora. Lo vio suave, delicado, con una palidez tenue y con una ligera sonrisa en los labios, como si al fin estuviese descansando.

Espero les haya ayudado mi investigación... ;)

Fuentes: 
1. J. R. Fernández de Cano. Fonseca Mora, Ramón (1952-VVVV). Octubre 10, 2015, http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=fonseca-mora-ramon

2. Wikipedia. (julio 24, 2015). Ramón Fonseca Mora. Octubre 10, 2015, https://es.wikipedia.org/wiki/Ramón_Fonseca_Mora

3. Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 34-38

Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 87-89
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 90-96
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 92-101
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 102-108
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 133-134
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 143-145
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 163-168
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 183.188

4. Samos, I..(Diciembre2, 2010). Entrevista a Ramón Fonseca Mora. Noviembre 2, 2015, de El Nuryanal Sitio web: elnuryanal.com/?page_id=362

5.Wikipedia. (abril 9, 2013). Cuento. Noviembre 2, 2015, de Wikimedia, Inc Sitio web: es.wikipedia.org/wiki/Cuento

6. Eco tv. (2014). Ramón Fonseca Mora, Ministro consejero de la Presidencia


 [Vídeo]. Disponible en: http:// https://www.youtube.com/watch?v=e8qGRYnXwlw

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1 comentario:

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