Ramón Fonseca Mora nació el 14 de
julio de 1952 en la ciudad de Panamá. Abogado y escritor de cuentos
panameños. Recibió desde niño una esmerada
formación académica que habría de permitirle desarrollar, ya en plena madurez,
su innata vocación literaria. Así, tras haber recibido una exquisita educación
primaria y secundaria en el colegio La Salle, ingresó en la Universidad de
Panamá para cursar estudios superiores de Derecho y Ciencias Políticas,
materias en las que obtuvo una licenciatura que le abrió, años después, una
espléndida trayectoria profesional en la sede ginebrina de las Naciones Unidas,
donde prestó sus servicios por espacio de seis años. Previamente, había
completado su formación académica realizando un curso de especialización
económica en The London School of Economics.
Al tiempo que
se esculpía este esplendido futuro profesional,
Fonseca intento atender también esa vocación literaria que se
le había manifestado con brío durante
su época estudiantil , y comenzó a cultivar la prosa de ficción hasta
tener completados varios relatos y la novela titulada La danza de las
mariposas, una espléndida opera prima que fue galardonada en su
Panamá natal con el prestigioso premio Ricardo Miró, en su modalidad de
narrativa. Fonseca se reveló también como un consumado artífice en el
complejo género de la narrativa breve, al que aportó una primera recopilación
de relatos presentada bajo el título de La isla de las iguanas.
El éxito alcanzado por estos dos libros provocó que el renombre literario de Ramón Fonseca Mora rebasara los estrechos límites del panorama literario panameño para extenderse por todo el ámbito geocultural centroamericano y llegar, incluso, hasta ese continente europeo donde el escritor de Panamá había pasado tantos años de su vida. Y así, en efecto, tras la publicación de otra magnífica novela titulada La ventana abierta (1996), un sello editorial español dio a la imprenta en la Península Ibérica la que, hasta la fecha, es tenida por su obra maestra, aparecida bajo el título de Ojitos de Ángel (Madrid: Alfaguara, 1999).
En palabras de uno de sus
editores, "sus escritos abordan temas del diario acontecer, que al
desarrollarlos se convierten con sencillez y naturalidad, en una trama intensa,
muchas veces anecdótica, que permite la identificación con el personaje y hace
sentir la historia como propia". Otra de las señas de identidad que
singularizan su magnífica prosa es la constante apelación al sentido del humor,
así como el sostenimiento desde la primera hasta la última página de un
humanismo cálido y directo que, por su sencillez y amenidad, llega con gran
facilidad a todo tipo de lectores.
Por otro lado, Fonseca es
socio fundador y primer presidente de la Cámara Panameña del Libro.
A continuación, una lista de sus obras:
- 1976, Las
Cortes Internacionales de Justicia
- 1977, Reflexiones
de Derecho Judicial
- 1985, Compañías
Panameñas
- 1988, Panamá,
un viejo lugar bajo el sol
- 1998, Soñar
con la ciudad
- 1994, La danza
de las mariposas
- 1996, La
ventana abierta
- 1995, La Isla
de las Iguanas
- 2000, 4 Mujeres
vestidas de Negro
- 2007, El
Desenterrador
- 2009, Ojitos
de Ángel
- 2012, Míster
Politicus
El libro Ojitos
de Ángel, es un libro superventas en
Panamá, Perú y Venezuela, con ventas que superan los 75.000
ejemplares.
Entrevista realizada al autor por Ívory Samos Acosta del colegio El Nuryanal:
1. ¿Cuándo se dio cuenta de que
escribir era su pasión?
Cuando era
muy joven. Hay gente que se expresa hablando, otra gente te expresa
escribiendo. No me gusta hablar mucho pero me gusta mucho explicarme a través
de la palabra escrita. Y desde que soy joven estoy escribiendo. El otro día me
encontré unos cuentos de cuando tenía doce años. Se remonta en el tiempo
bastante mi afición por la literatura.
2. Sabemos
también que se dedica a las Ciencias Políticas; ¿Le influye este trabajo a la
hora de escribir o le sirve de inspiración?
Por supuesto
todo lo que me rodea me sirve de inspiración. Las ciencias políticas, mi
familia, mis experiencias, mi profesión de abogado… Absolutamente todo sirve de
fuente de inspiración para una novela, para un cuento o para una obra de
teatro.
3. ¿Qué le
supuso obtener en dos ocasiones el Premio Ricardo Miró? ¿Ayuda económica o
méritos propios?
Me encantó,
me ayudó a definir mi vida como escritor, fue una gran motivación. Méritos
propios, el premio es muy pequeño. El hecho de ser reconocido públicamente me
ayudó muchísimo. Yo antes escribía pero usaba un seudónimo, no me atrevía a
escribir con mi nombre. El premio me hizo salir a la luz y afrontar mi realidad
como escritor.
4. Nuestro colegio este año se ha
apuntado al proyecto de Amnistía Internacional, donde colaboran más institutos
que luchan por los derechos humanos de todo el mundo. ¿Conocía este proyecto?
Sí, conozco
este proyecto al que admiro muchísimo. Hay muchos escritores que están presos o
perseguidos y Amnistía los ayuda.
5.
Centrémonos en Ojitos de Ángel, libro que durante este trimestre los alumnos de
4º de Secundaria han leído ¿Cuando empezó a escribir esta obra tenía una idea
clara de lo que usted quería plasmar en la historia o decidió seguir el curso
de su imaginación?
Hay dos
maneras de escribir, en una, el escritor sabe a dónde va y cuál es el final, la
otra, la misma escritura le va llevando al escritor a través de la historia y
de la trama. En Ojitos de Ángel, yo sabía desde el principio a donde quería
llegar y cuál era la trama. Sabía el esqueleto de la novela.
6. ¿En
qué otro lugar del mundo podría situar esa habitación del hospital?
En cualquier
país con pocos recursos económicos para la parte pública, no lo situé en Panamá
sino que lo sitúo a nivel universal. El hospital puede estar en cualquier país
de América Latina, en África o en algunos países de Asia.
7. En sus otras obras se describe
mucho los paisajes, en este libro solo vemos la naturaleza a través de una
ventana, ¿crees que ese es uno de los inconvenientes que tiene Mechi para su
cura?
No, lo hice a
propósito. Me encanta describir. Mis otras obras son bastantes descriptivas. A
propósito Metí la trama en un cuarto de hospital para no tener que describir.
Es una técnica, quise amarrarme yo mismo y no describir porque me encanta
describir.
8. En la
historia se ve a una niña pequeña pero muy madura, que sabe que su muerte está
cerca. ¿Crees que en la realidad un niño/a puede cambiar la forma de pensar de
una persona adulta?
Yo no escribí
Ojitos de Ángel con moralejas, ni con cambios, ni con la idea de que Julio
cambie. Yo conté un cuento nada más, esa fue mi intensión al escribir Ojitos de
Ángel. ¿Cambió Julio? ¿Cómo lo sabemos si después que sale del hospital no cuento
nada más? Es un final abierto, que cada lector saque su propia conclusión.
9. Si tuviera que pedir un deseo para
los alumnos del país. ¿Cuál sería?
Que lean
bastante. Que aprendan que leer es un arte, que una vez que se aprende y se le
mete a uno en el cuerpo no se le despega mas nunca. Y es maravilloso porque hay
que hacer un esfuerzo para entrar en un libro, porque una vez que uno entra se
puede meter en los zapatos del autor, en los de los personajes y entra a ver el
mundo desde el punto de un viejo, de una niña, de un perro, de un viajero, o de
un monstruo, o de un vampiro… La literatura es maravillosa y lo que les deseo
de todo corazón es que encuentren en los libros lo que buscan. Y que lean
bastante para ello.
En el siguiente vídeo se muestra la entrevista realizada al autor, Ramón
Fonseca Mora, por Susan
Elizabeth Castillo ante las cámaras de Dime Quién Eres
A continuación, observaremos algunos de los cuentos
del autor. Pero antes de ver los cuentos,
¿Sabes tú, qué es un cuento?
Un cuento es
una narración breve creada por uno o varios autores, basada en hechos
reales o ficticios, cuya trama es protagonizada por un grupo reducido
de personajes y con un argumento relativamente sencillo. El cuento es
compartido tanto por vía oral como escrita; aunque en un principio, lo más
común era por tradición oral. Además, puede dar cuenta de hechos reales o
fantásticos pero siempre partiendo de la base de ser un acto de ficción, o
mezcla de ficción con hechos reales y personajes reales.
Ahora que ya tenemos una
idea de lo que es un cuento, podemos empezar a leerlos... “Abramos los
libros y sumerjámonos en el mundo diferente , como por encantamiento, aparece
ante nosotros.” Ramón Fonseca Mora.
El
árbol de mango
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El hombre salió
al patio y observó por primera vez el árbol de mango. No era que nunca hubiera
estado en aquel espacio abierto. Por el contrario, había transitado por allí
incontables veces: al salir a su trabajo ; cuando se sentaba leer en la
banca ennegrecida por la humedad que estaba cerca del estanque, y cuando
deseaba estar solo, lejos del ruido de la casa. Pero era la primera vez que se
detenía y veía el árbol de mango. Notó sus largas hojas que descendían como
dedos finos y delgados alrededor de la copa redondeada. Tocó su tronco grueso,
inmenso, repleto de cavidades y cubierto de protuberancias parecidas a los
nervios y venas que se observa en las manos de un pianista o en las piernas de
los atletas.
Pensó que aquel árbol debía de ser viejo, muy viejo. Quizás fue plantado allí
por su padre; o por su abuelo; o por el padre de su abuelo. ¨¿Cuántos años
tendrá?¨, se preguntó. ¨Qué antiguo es y ha estado allí todo este tiempo sin yo
interesarme en él¨.
Recordó la casa de tablas que, una vez hace mucho tiempo, había clavado en una
de sus ramas. Se acercó y pudo notar en lo alto d las cicatrices hechas por los
clavos; y logró ver también la cabeza de uno de aquellos apéndices herrumbrados
sobresaliendo de la piel arrugada, casi todo cubierto de savia viscosa y
obscura, como si el árbol hubiese intentado sin éxito sacarlo de su cuerpo y
curar su herida. Se vio niño, corriendo por el patio y subiendo a lo alto de
aquellas ramas, gritando desde arriba mientras lo invadía aquella excitación
del juego acalorado que solo los que viven sin preocupaciones pueden sentir.
Alargó su mano y tomó una de aquellas hojas alargadas entre sus dedos y, sin
cortarla, la acarició. Le sombró su color verde vibrante y vistoso, repleto de
venitas que cubrían toda su superficie. La miró a trasluz y le pareció ver a su
alrededor un halo luminoso. Se acercó al tronco, pasó una mano sobre él y
sintió su superficie áspera sobre la que una fila de hormigas ascendía y
descendía al mismo tiempo. Desde que recordaba siempre había habido hormigas en
aquel gigante. Eran parte integrante de él y vivían de él y para él. Incluso
una vez habían invadido su casita de madera, y llegó a pensar que lo hacían
obedeciendo quizás una orden del árbol para que lo libraran de aquellos
intrusos que osaban hospedarse entre sus ramas. Poco después descubrió que las
hormigas habían sido atraídas por los pedazos de pan y mermelada, abandonados
tras los almuerzos empacados de la nana, especialmente dedicados a ser
consumidos en la casa del árbol. En adelante, limpiaron bien después de devorar
los emparedados y nunca más hubo una invasión.
Se fijó en la rama que había sujetado aquella casita endeble, hecha con tablas
sacadas de las cajas de manzanas regaladas por el tendedero de la esquina, y
sonrió. Recordó los juegos de bandidos y vaqueros; piratas y corsarios, unos
defendiendo el castillo en lo alto de aquel árbol que parecía inmenso, y otros
tratando de escalar, mientras de arriba llovía agua, orín, mangos verdes,
maduros y podridos y hasta alguna que otra piedra recogida y guardada en el
fuerte con premeditación y alevosía.
Entonces apareció en su memoria Juan y su caída desde lo alto. Alguien, nunca
se pudo aclarar quien, lo empujó en el frenetismo de impedir que invadieran la
fortaleza. Cayó y rebotó en el piso de tierra, rompiéndose un brazo y dando
berridos tan espantosos que todo el barrio acudió a ver qué sucedía. El
muchacho se curó pero el incidente tuvo como consecuencia que la casa del árbol
fuese destruida y que se prohibiera construir otra en aquel lugar. Eso no
impidió que las batallas se repitieran. El equipo que defendía el árbol lo
siguió escalando, defendiendo su posición colgados de los troncos y ramas
altas, mientras que los asaltantes intentaban conquistar la fortaleza ya sin
sus murallas de defensa.
Buscó entonces con la mirada los frutos amarillos, ovalados y jugosos que
usualmente colgaban de aquel ser enramado, y no vio ninguno. Recordó que no era
temporada y que tendría que esperar algunos meses para ver brotar las primeras
flores, que se convertirían en pequeños racimos de frutas verdes, los cuales
crecerían y madurarían hasta convertirse en pelotas jugosas repletas de
deliciosa carne amarilla. Se vio de nuevo niño, sentado en la misma banca
ennegrecida que estaba todavía allí, y recordó sus manos trabajando en forma
apresurada, quitándole la piel a una de aquellas frutas maduras, y sintió de
nuevo el regocijo que lo invadía cuando se lo llevaba a la boca y hundía sus
dientes en aquella masa apetitosa. Se llenó de saliva. Vio entonces a su madre
con la cara apretada, los ojos echando chispas y señalándolo con el dedo
mientras lo regañaba por la camisa y los pantalones manchados de jugo. También
recordó a su padre, irritado a la hora de la cena por el poco apetito que
sentía su hijo después de aquella comilona. Pero nada importaba. Ya los mangos
estaban seguros en su estómago y en su boca sentía todavía el sabor tan
especial de aquel manjar tropical.
- - ¡Papá! ¡Apúrate
que tengo que terminar la tarea!
- ¿Por qué no
sales?
- ¿Para qué?
- Para que veas
el árbol.
- ¿No lo viste?
- Si, pero quiero
que también lo hagas tú. Es tu proyecto, después de todo.
- Estoy apurado.
El programa empieza en diez minutos.
- Olvídate de la
televisión y ven acá.
- Pero papá…
- Sal Acá afuera
hay algo más importante.
- Papá…
- Apúrate o no te
ayudo.
- Bueno…
- Además, te
tengo una sorpresa –agregó, mientras miraba hacia lo alto y pensaba en donde
encontraría las tablas y los clavos que necesitaría.
Y con una sonrisa en los labios esperó a que el
muchacho llegara. Y mientras lo hacía agradeció a Dios que su esposa esa tarde
hubiera tenido que salir, y que por ello el se había encargado de la tarea de
su hijo: describir un árbol.
La Culebra
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Lucho cortaba el monte, separando con una rama
pelada y punta en horqueta la hierba y hojarasca, dando golpes certeros con su
machete afilado. Canturreaba canciones de su tierra bajo el inclemente sol
tropical que lo hacía sudar a torrente. Avanzo un paso, metió el palo entre un
herbazal tupido y, ¡zas!, una veloz culebra salto y mordió el campesino en el
tobillo derecho, donde le dejo diminutos agujeros por los cuales comenzó
enseguida a brotar sangre. Dio un salto hacia atrás y con un machetazo partió
al ofidio en dos.
El hombre, invadido por el pánico, comenzó a dar
alaridos y a correr cojeando hacia su choza de barro y pencas, de donde su
señora, alarmada por los gritos, salía ya a recibirlo. Dando traspiés y ayudado
por su mujer, el mordido entro a su rancho y se tiro sobre una pila de sacos
que esperaban vacíos la próxima cosecha.
-Llama a Carmelo! – grito, mientras sostenía con sus dos manos la pierna
accidentada.
La señora salió en carrera y Lucho, como pudo,
apretó un pedazo de soga arriba de la herida, para tratar de contener el avance
del veneno.
¡Ay, me muero!-gimió-. ¡Esta vez sí que me muero…!
Se recostó en su improvisado lecho y comenzó a temblar. Grandes gotas de sudor
cubrieron todo su cuerpo y se sintió desfallecer. Todo le daba vueltas y la
casa parecía como si estuviera a punto de caerle encima. Trato de incorporarse
sin conseguirlo y comenzó entonces a manotear en torno a si, desacomodando los
sacos y tumbando una pila de ellos sobre su cabeza, lo que aumento su confusión
y pánico.
Fue entonces cuando comenzaron las convulsiones.
Las primeras las sintió levemente, en la superficie de su cuerpo. Sin embargo,
las que le siguieron fueron profundas y dramáticas, estremecieron todo su ser y
le hicieron adoptar posturas grotescas. Su mente desvariaba y por ella
comenzaron a transitar algunos pasajes importantes de su vida. Vio a su madre, hacía
mucho tiempo ya fallecida, consolándola mientras le acariciaba el cabello y su
padre, quien vivía lejos de allí, regañándolo por no haber tenido cuidado.
Las convulsiones aumentaron en intensidad hasta
hacerle perder el control casi por completo.
-¡Ay, madre de Dios!-gritaba-. ¡Diosito, no me
abandonéis! ¡Piedá!
Y seguía retorciéndose en el suelo de tierra.
De pronto la puerta se abrió, sin que Lucho se
diera cuenta, y entraron su mujer y algunos vecinos atraídos por el tumulto.
Enseguida apareció en la puerta Carmelo, el
curandero, quien traía en la mano una maleta vieja llena de pócimas, y en la
otra la culebra partida en dos.
-¡Lucho!- llamo su mujer. - ¡No te hagáis el bobo
y párate de allí!
El mordido no contesto y seguía estremeciéndose,
aunque al oír la voz de su consorte abrió un ojo.
-¡Ay, mujer, me muero! – exclamo el mordido con voz
casi inaudible-. ¡Decile al brujo que me prepare el te pa’ cúrame!
-¡Que te ni que nada! –interrumpió el yerbero-.
¡Eso yo lo doy yo a los enfermos y no a los mordidos por una ratonera sin
veneno! ¡Parece que usted está más sano que yo!
Lucho miro a su alrededor, y sus ojos se clavaron
en la culebra que el curandero tenía en la mano. Se quedó así unos instantes
tratando de asimilar lo sucedido y, lentamente, con movimientos vacilantes, se
incorporó de su lecho de agonía.
-¡Jooo..!¡Lo que hace el mieo, ¿Noo? – Y trato de
emitir una leve sonrisa.
Todos rieron, inclusive Lucho, aunque sabía que en
los años venideros muchos volverían a burlarse de él cuando se contara esta
historia en las noches lluviosas de aquella apartada región del país.
Análisis:
Personajes:
Lucho, Carmelo el curandero y la mujer de lucho.
Lugar donde transcurre el cuento: El campo y una choza
de barro y pencas.
Opinión Propia: Este cuento me dio mucha risa, la
verdad es muy entretenido y afirma que la mente es una arma de doble
filo.
Resumen: Lucho cortaba la hierba con su machete
tranquilamente escuchando típico como de costumbre, cuando de repente le muerde
una culebra en el tobillo derecho, y comienza a brotar sangre.
Salió corriendo a su choza a gritos, llamando a su
mujer, ¡Que buscara al curandero!
Mientras eso pasaba, Lucho, recostado en su
improvisado lecho, le comenzaron las convulsiones, en donde ve a su madre, ya
fallecida, consolándolo mientras le acariciaba el cuello, y a su padre, regañándole,
que tuviera más cuidado.
Luego de todo eso, llego el curandero Carmelo con
pociones y la culebra partida en dos y es que resulta ser que la culebra era
inofensiva... Todos rieron aunque, sabía que en unos años más adelante se
volverían a burlar de él, queda como una historia para contar en las noches
lluviosas.
Los Jueves en la Tarde
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Mari me había pedido que investigara y no pude
negarme. Y no solamente porque Mari era mi
mama. La verdadera razón es que me había invadido una curiosidad muy grande y
quería averiguar el secreto. Por ello decidí aceptar y enterarme que hacia mi
padre todos los jueves en la tarde.
Lugar donde Transcurre el cuento: El edificio en donde viven
Opinión personal: Este cuento se asemeja a una relación disfuncional, en la que la esposa empieza a sospechar que el marido la esta engañando o algo parecido. Al igual, el hombre no habla con su esposa para decirle que no se tiene que preocupar de nada, si nada esconde.
Resumen: Mari, la esposa de Nichito, le mandó a investigar a su hijo sobre el destino de Nichito todos los jueves por la tarde?
Colocha, su suegra, había prevenido a mama. Le dijo que sus hijos ponían la
mano en el fuego con Mario y Hernancito; pero Quiquito y Michito,
definitivamente no. Me imagino que Mari rio cuando oyó aquello acerca de sus
Michito y no le hizo mucho caso. No obstante, cuando papa comenzó a desaparecer
todos los jueves en la tarde, sin excepción, recordó las palabras de Colocha y
su rostro comenzó a mostrar la tensión que sentía. Decidió entonces averiguar
que hacia Michito aquella tarde de la semana.
Primero le pregunto despacito, con cariño. No logro nada. Su cónyuge contesto con
evasivas y al rato se encerró en el baño de donde no salió por la próxima hora.
El es aficionado a encerrarse en esta parte del apartamento, pero solo por
veinte o treinta minutos. Aquello aumento las sospechas de mi madre y renovó
sus esfuerzos por averiguar la solución al misterio.
Su segunda táctica consistió en preguntarle a sus amigos usuales; con
tacto, por supuesto. Pero también negaron saber nada. Además, pusieron cara de
asustados y le afirmaron enfáticamente que ellos nunca desaparecían ni los
jueves, ni ningún otro día de la semana. Aunque “por si las moscas”, le
pidieron no comentar el asunto con sus esposas. Mama no quería armar líos en
casas ajenas y se abstuvo de hablar sobre el tema con sus amigas, aunque si vio
sospechoso que en las próximas semanas casi todos se reportaron religiosamente
con ella llamando y preguntando por mi padre todos los jueves en la tarde.
Mi madre, ya un poco desesperada-y ella es una persona muy
paciente-, decidió, llamarme y pedirme que averiguara el destino
de Michito. Yo, ni corto ni perezoso, se lo pregunte, con tan buen resultado
que me lo dijo enseguida. Ahora yo también desaparezco todos los jueves en la
tarde sin excepción.
Análisis:
Personajes: Mari, Colocha, Mario, Hernancito,
Quinquito y Michito.
Lugar donde Transcurre el cuento: El edificio en donde viven
Opinión personal: Este cuento se asemeja a una relación disfuncional, en la que la esposa empieza a sospechar que el marido la esta engañando o algo parecido. Al igual, el hombre no habla con su esposa para decirle que no se tiene que preocupar de nada, si nada esconde.
Resumen: Mari, la esposa de Nichito, le mandó a investigar a su hijo sobre el destino de Nichito todos los jueves por la tarde?
Colocha, su suegra, la previno, diciéndole que ella por sus hijos Mario
y Hernancito, ponía la mano en el fuego, pero por Quiquito y Michito,
definitivamente no. Ella rió. No obstante, cuando su esposo comenzó a
desaparecer los jueves, recordaba lo dicho por su suegra y alborotó su
curiosidad.
Primero, le pregunto despacito, con cariño. No logró nada. Su conyugue
la evadía y se encerró en el baño por una hora. Eso aumentó más sus sospechas y
le comenzó a preguntar a sus amigos, y ellos decían no saber nada, pero que no
le dijera a sus esposas.
Fue tanto que le dijo a su
hijo que le preguntará, este fue y su padre le contestó y desde ese entonces,
los dos desaparecen con los jueves por la tarde.
La inquilina
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Todo iba muy bien hasta que saque mi cabezota por
la rajadura del cielorraso, y la señora de la casa me vio y emitió un alarido.
Fue un momento muy cómico. Ella allá abajo lanzando grititos y yo en mis
alturas arrastrándome de regreso a la reconfortante obscuridad de mi hueco. La
casa se convulsiono en un santiamén. La cocinera salió de su cocina armada de
una escoba, y los niños corrieron refugiarse en brazos de su madre, quien
trataba de calmarlos y calmarse ella al mismo tiempo.
El dueño de la casa apareció a los pocos momentos armado de una escopeta, y si
no fuera porque el cielorraso estaba bien terminado, con filigranas de yeso e
imágenes de querubines, estoy seguro que lo habría dejado hecho una coladera y
, de paso, a mí también. Pero cuando levanto la escopeta y apunto al área
cercana al hueco por donde me había asomado, la señora grito aúnas alto de lo
que lo hizo conmigo: “¡No seas Bruto! ¡Vas a reventar el techo!”. El señor la
miro sorprendido y bajo el arma. Yo mirándolo todo por un pequeño agujero que
había dejado un clavo.
La agitación no termino con aquello. Unas horas más tarde un auto se detuvo
frente a la casa y descendieron de él dos hombres vestidos con máscaras y
cubiertos de pies a cabeza por un capote de plástico amarillo chillón. Venían
armados de aparatos colgados a sus espaldas, y yo apenas los vi, ni corto ni
perezoso me retire rápidamente del lugar, escondiéndome a prudente distancia
entre las hojas de un árbol vecino.
Desde mi escondite pude ver toda la operación. Primero desalojaron toda la casa
de seres vivos. Salieron el gato, el perro, el loro, los sirvientes, los niños,
el papá y la mamá. Después entraron de nuevo los sirvientes y sacaron todo lo
que había en la cocina y lo amontonaron en el jardín. Finalmente, el dueño de
la casa con gran pompa recorrió todas las habitaciones, cerrando con un portazo
cada puerta y ventana, lo que permitía seguir su evolución dentro de la casa.
Cuando todo estuvo preparado entraron aquellos dos asesinos y rociaron todo
aquel lugar con un liquido tan nauseabundo y asfixiante que se sintió hasta en
mi refugio, situado a varias decenas de metros. Lo lamente mucho por mis
compañeros de techo, las lagartijas, cucarachas y sabandijas con las que
ocasionalmente jugaba, y que engullía solamente cuando el hambre me acosaba.
Aquello fue toda una ocasión para los habitantes de
este hogar. Por primera vez vi al padre sentarse en el patio a almorzar con sus
hijos y su mujer, y a los sirvientes permitirse reír cerca de sus patrones.
Inclusive la señora recorto una flor y le pregunto a una de las muchachas de
servicio por su salud. Hacía mucho tiempo que no los oía gozar como lo hacían
en el jardín, y hasta pensé que quizás debería asomar mi cabeza de vez en
cuando por la rajadura del techo para lograr efectos tan positivos.
Al final de la tarde la casa estuvo lista y todos entraron. El olfato de los
humanos no están sensible como el mío, y por ello no sintieron casi nada de la
presencia de aquel gas nefasto. Yo me tuve que quedar a pasar la noche en el
árbol, y la verdad es que lo disfrute mucho, con la luna alumbrando entre las
hojas y cientos de estrellas titilando en el cielo. Era un espectáculo muy
diferente a la húmeda oscuridad de mi techo y aprendí a apreciar el aire fresco
de la noche, me deslizo del techo hasta el patio y enrosco mi cuerpo en una de
las ramas del mismo árbol que me cobijo aquella noche. Entonces me dedico a
mirar las estrellas y a recordar la cara asustada de la señora el día que me
vio por primera vez.
Análisis:
Personajes: La lagartija, La familia, los empleados
y los exterminadores
Lugar donde transcurre el cuento: La casa de la familia.
Opinión personal: Para mi, este cuento tiene un gran valor, ya que enseña que un pequeño animal puede hacer cambios tan enormes en una familia. Me gusto mucho.
Resumen: Pasó un momento cuando aquella asomó su cabezota por el cielorraso, fue alirante para la señora de la casa, salió la cocinera con una escoba y los niños a brazos de su madre.
El dueño de la casa salió con una escopeta en mano a disparar, pero la
señora le dijo que ¡no!, que iba a dañar el techo. Y no pasó.
Horas más tarde llegaron unos exterminadores rociando una sustancia por
toda la casa, dejando mal olor y matando a sus amigas las cucarachas y las
lagartijas.
Ella se fue a un escondite en el árbol, viendo todo lo ocurrido.
Por primera vez vio al padre almorzar con su hijos y su mujer, y a
los sirvientes permitirse reír cerca de sus patrones. Gozaban tanto que pensó
asomar su cabeza de nuevo de vez en cuando, para lograr efecto tan positivos.
Ella paso una linda noche viendo la luna y las estrellas en el acogedor
árbol.
El político viejo
radicalhome.wordpress.com |
El
hombre descendió de la puerta de atrás de su auto y con
gesto torpe de su mano
intento imitar la instrucción usual al chofer de que
esperara. Este lo miró y asintió con la cabeza, sonriendo levemente y
achicando los ojos.
Avanzó lentamente por la losa de la entrada, arrastrando un poco los pies, con su cuerpo delgado y fibroso un poco encorvado y con la cabeza baja y las manos en los bolsillos. Al llegar a la puerta del café levantó los ojos y volvió la cabeza, observando a través de sus lentes de cristales gruesos su auto de lujo con vidrios oscuros, y la silueta de la cara del chofer por la rendija sin papel del vidrio delantero, sonriendo todavía y mirándolo con sus ojos chicos y melosos.
En ese momento una pareja iba saliendo y el joven con gesto galante abrió la puerta del café para que su acompañante pasara. Sin embargo, el viejo se adelantó a la muchacha y avanzo a través de la abertura, sonriendo al mismo tiempo a la pareja que esperaba pacientemente al otro lado. El joven observo bien la cara alargada y la cabeza llena de cabellos blanco que pasaba frente a él; abrió bien los ojos y sus labios dibujaron enseguida una mueca de repugnancia que penetró por los ojos del hombre y estalló dentro de él llenándolo de amargura y tristeza. El muchacho tomó del brazo a su acompañante y enseguida desaparecieron rumbo a la calle, dejando al viejo plantado en media puerta, desconcertado y con la cabeza baja.
- Dos más que te desprecian ¿ah?
El viejo se volvió sorprendido, miró a su alrededor y vio el café vació, con solo sus amigo Carlos, de estatura baja y regordete, que lo miraba con gesto burlón detrás del mostrador del bar. Intentó sonreír pero en su cara se dibujó solamente una mueca que hizo que su amigo comentara:
- Duele, ¿ah? ¡Pero lo tienes merecido por bocón!
El viejo no dijo nada y se acercó lentamente al bar en donde tomo asiento y levanto el rostro, deteniéndolo a poca distancia de la cara de su amigo, parados varios segundo mirándose fijamente los dos, y, finalmente el gesto burlón se borró de la cara del dueño del bar. Entonces dijo:
- No me das lástima Miguel. Te lo tienes merecido por hablar tanto... ¡Y tanta paja!
El viejo se llevo las manos a los bolsillos, sacó una pitillera y tomando un cigarro dijo:
- ¡Me lo tengo merecido! Eso es lo que me dices todo el tiempo, pero por lo menos me lo dices...
- ¡Claro que te lo digo! Te lo digo hoy y te lo dije ayer, cuando estabas encaramado por allá arriba, entre nubes de humo, y ni te acordabas de tus amigos... ¡Más bien, nos mandabas todo los días al paredón!
- Y nunca me pediste un favor
- Nunca te pedí un favor, es cierto. ¿Y para qué? Tengo todo lo que necesito y no necesito nada de nadie, y menos de ti.
El viejo levantó los ojos, miró atentamente a sus amigo e intentó
Avanzó lentamente por la losa de la entrada, arrastrando un poco los pies, con su cuerpo delgado y fibroso un poco encorvado y con la cabeza baja y las manos en los bolsillos. Al llegar a la puerta del café levantó los ojos y volvió la cabeza, observando a través de sus lentes de cristales gruesos su auto de lujo con vidrios oscuros, y la silueta de la cara del chofer por la rendija sin papel del vidrio delantero, sonriendo todavía y mirándolo con sus ojos chicos y melosos.
En ese momento una pareja iba saliendo y el joven con gesto galante abrió la puerta del café para que su acompañante pasara. Sin embargo, el viejo se adelantó a la muchacha y avanzo a través de la abertura, sonriendo al mismo tiempo a la pareja que esperaba pacientemente al otro lado. El joven observo bien la cara alargada y la cabeza llena de cabellos blanco que pasaba frente a él; abrió bien los ojos y sus labios dibujaron enseguida una mueca de repugnancia que penetró por los ojos del hombre y estalló dentro de él llenándolo de amargura y tristeza. El muchacho tomó del brazo a su acompañante y enseguida desaparecieron rumbo a la calle, dejando al viejo plantado en media puerta, desconcertado y con la cabeza baja.
- Dos más que te desprecian ¿ah?
El viejo se volvió sorprendido, miró a su alrededor y vio el café vació, con solo sus amigo Carlos, de estatura baja y regordete, que lo miraba con gesto burlón detrás del mostrador del bar. Intentó sonreír pero en su cara se dibujó solamente una mueca que hizo que su amigo comentara:
- Duele, ¿ah? ¡Pero lo tienes merecido por bocón!
El viejo no dijo nada y se acercó lentamente al bar en donde tomo asiento y levanto el rostro, deteniéndolo a poca distancia de la cara de su amigo, parados varios segundo mirándose fijamente los dos, y, finalmente el gesto burlón se borró de la cara del dueño del bar. Entonces dijo:
- No me das lástima Miguel. Te lo tienes merecido por hablar tanto... ¡Y tanta paja!
El viejo se llevo las manos a los bolsillos, sacó una pitillera y tomando un cigarro dijo:
- ¡Me lo tengo merecido! Eso es lo que me dices todo el tiempo, pero por lo menos me lo dices...
- ¡Claro que te lo digo! Te lo digo hoy y te lo dije ayer, cuando estabas encaramado por allá arriba, entre nubes de humo, y ni te acordabas de tus amigos... ¡Más bien, nos mandabas todo los días al paredón!
- Y nunca me pediste un favor
- Nunca te pedí un favor, es cierto. ¿Y para qué? Tengo todo lo que necesito y no necesito nada de nadie, y menos de ti.
El viejo levantó los ojos, miró atentamente a sus amigo e intentó
sonreír.
Tienes el
local vació, Carlos-comento mientras lo recorría con su vista .
-Así es, Miguel. Ya te he dicho que se ha regado la voz que vienes todas
las tardes aquí, sin faltas, y me has espantado toda la clientela. Pero no
importa, para eso somos amigos, ¿no?
Al viejo por primera vez le brillaron los ojos, miró rostro regordete de
su interlocutor y dijo:
-No me pediste nada cuando tenía el poder para ayudarte, y ni siquiera
me acorde de ti cuando los teléfonos y el timbre de mi puerta sonaban sin
parar, y estaba tan lleno de amigos. ¡Como nunca en mi vida…!
El viejo permaneció en silencio que su respiración un corto tiempo se
normalizó, y entonces respondió:
-Lo de siempre; por favor.
Carlos se apartó un momento del mostrador y procedió a preparar una
limonada que su amigo siempre tomaba.
Entonces se abrió la puerta, entró un señor en saco y corbata quien, sin
prestar atención, se dirigió directamente al bar en donde tomo asiento cerca
del político. Viro un poco la cara y observo a su vecino de reojo, como usualmente
hacen las personas al entrar a un lugar público. El viejo sintió que aquella
mirada duraba más de lo usual y que el visitante se volvió para verlo mejor.
Soporto el escrutinio unos segundos, sin prestar, pero al notar que continuaba,
volvió la cara hacia el recién llegado e intento sonreír. Noto enseguida el
mismo gesto de desprecio que había visto en el joven y sintió su impacto dentro
de sí en forma tan violenta esta vez, que se tuvo que agarrar de su asiento
para no tambalearse. El visitante no esperó la llegada del dependiente y
levantándose de su asiento salió con prisa del local.
-Otro que perdemos…-oyó decir a su amigo a sus espaldas, pues se había
vuelto para observar la partida precipitada del visitante por la puerta-. Tú un
admirador y yo un cliente.
-Yo no tengo admiradores de saco y corbata-dijo lentamente el viejo,
todavía pálido por el incidente-. Mis admiradores los encuentras en el campo,
en las montañas y en los barrios pobres de la capital.
-Tu admiradores los encuentras hoy en las cárceles y exiliados por
pillos y ladrones. ¡Y esos no son admiradores tuyos sino del dictador!
-Estás equivocado…
-No estoy equivocado y tú lo sabes muy bien. Tú fuiste solamente un
instrumento en la rapiña planeada y ejecutada por un grupo de malvados, incluyendo
un malvado mayor, y a subiendas te dejaste utilizar.
-Lo hice para servir a la patria.
-¡Qué patria ni que nada! Lo hiciste para servir a tu ego, y lo sabes
muy bien.
-Cada día me dices los mismo, pero estas muy equivocado y te lo probaré.
-No me lo puedes probar pues sabes que tengo la razón.
-El pueblo está con nosotros, y no con estos usurpadores del poder.
-El pueblo siempre está con la verdad; la intuye y la siente, y sabe que
ustedes son unos mentirosos y tú te prestaste para ello.
-Llegará el día en que veras que tengo razón…
-Al paso que vas, no creo que vivas para eso.
El viejo levanto los ojos sorprendido, y Carlos agrego enseguida:
-No, no quise decir que te vas a morir, Miguel. Pero estás tomando esto
tan a pecho que te va a afectar.
-¡Tú no sabes lo que es haber estado en la cima del poder, dominarlo
todo, y ser ahora despreciado, olvidado…! –soltó a decir de repente-. ¡Duele,
Carlos! ¡Tuno sabes cómo duele…!
-Pero, el poder no era tuyo, Miguel. El poder era del dictador, y se lo
ganó no por bondades sino por lo malo que era. Y te pusiste a sus órdenes. Eras
un soldado más en sus legiones.
-No creas… Lo hice pensando que algo se podría hacer por el país.
-Todos dicen lo mismo… Y acaban igual que tú: despreciados y con el ego
destrozado.
El viejo miró a su amigo con su mirada triste, se levantó de su asiento
y dijo:
-Bueno, ya basta por la sesión de hoy. Hasta mañana, Carlos.
Este miró al político viejo con sus ojos cargados de lastima, y entonces
pregunto:
-Miguel, si tanto te lastima que te diga lo que pienso, ¿Por qué vienes
aquí todos los días, me buscas conversación y haces que te menciones asuntos
que no te gustan?
El político miro a su amigo largamente, los ojos se le aguaron y la cara
se le descompuso. Al fin pudo decir con voz entrecortada:
-Por lo menos tú me hablas y me tomas en cuenta, aunque me digas cosas
que duelen. Prefiero eso a que me ignoren, Carlos. Lo peor de todo esto es que
me ignoren… ¡Que nadie me llame y que nadie me visite! ¡Que se aparten de mí en
la calle como si fuera un apestado… Como si no tuviera nada que decir. ¡Ese es
el peor castigo que hay, Carlos! ¡Peor que la muerte y la cárcel!
Y haciendo un gesto con la mano a modo de despedida, salió del café con
la cabeza baja y arrastrando los pies.
El Amor de la Abuelita
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La señora recorría la habitación con paso lento,
arrastrando los pies, y produciendo con ellos un sonido rítmico con sus
chancletas, que resonaban en las paredes de la vieja casa. Con una mano armada
de un plumero de plumas de gallina atacaba cuanto se
le ponía delante, levantando pequeñas nubes de polvo
azuloso y blanco, y con la otra mano pasaba un trapo húmedo por
lo que ya había sido desempolvado, quitando con ello
las poquísimas partículas de polvo
que habían logrado salvarse del asalto del plumero.
- Que día más lindo es hoy, ¿verdad? - preguntó con
tono jovial pero apagado, pues hablar le costaba esfuerzo con el
ajetreo de la limpieza.
No obtuvo respuesta, pero
aún así le devolvió la sonrisa al rostro risueño de su
marido, que seguía mirándola desde su sitio preferido, un
costado del sofá que utilizaba para descansar y leer.
Siguió limpiado con ritmos pausados pero
precisos aprendidos después de innumerables veces de pasar el
plumero y el trabajo por el mismo lugar. De repente encontró un lugar en el que
no se había detenido en algunas semanas y sacudiéndolo con
el plumero, levantó una nube de polvo en la que pudieron observarse
las pequeñas partículas suspendidas, a través de los rayos del
sol de la mañana que penetra por la ventana de paneles de vidrio y madera,
abierta de par en par.
¡Huy! ¡Qué polvareda! Voy a tener que limpiar más a
menudo este lugar.
Continuo con su labor de limpieza pasando de nuevo
el plumero y el trapo húmedo sobre la recién descubierta mina de polvo.
Se dirigió a la cocina en donde sacó un viejo
frasco de vidrio medio lleno de pequeños granos de cereal. Extendió el trapo
mojado y lo lleno con el afrecho, atando enseguida las cuatro puntas de la tela
para evitar que los granos se salieran. Se dirigió enseguida a la ventana
abierta de la habitación donde había estado limpiando, desató el nudo del
pañuelo y colocó un puñado de afrecho sobre el alfeizar, mientras llamaba con
voz trémula:
¡Vengan pajaritos! ¡Hora del desayuno! ¡Vengan
bonitos.!
Como por encanto, numerosos pajaritos se
desprendieron de las ramas de los arboles que rodeaban aquellas casa, se
posaron sobre el borde de la ventana rodeando a la anciana y comenzaron
enseguida a devorar los granos con diestros picotazos. Revoloteaban tratando de
situarse donde más afrecho había caído, muchas veces emprendiéndola en
contra de sus congéneres, también a picotazos.
La viejecita miraba feliz todo aquello y colocaba,
de vez en cuando mas afrecho para reemplazar el consumido por las hambrientas
aves. También, a veces,
se volvía y observaba sonriente a su esposo,
quien desde su lugar en la sala. Observaba aquella
escena, teniendo siempre en sus labios aquella sonrisa que su esposa
tan bien conocía.
Terminados los granos, las pequeñas avecillas, un
poco más pesadas por lo que habían consumido, miraron vacilantes a su benefactora
tratando de adivinar si habría más comida. Mas como no vieron signos de ellos,
poco a poco abandonaron el quicio de la ventana y volaron presurosas de regreso
a los árboles más cercanos, unas para alimentar, regurgitando, a sus crías, y
otras para reposar antes de lanzarse de nuevo por los cielos de la ciudad. La
generación para ti y sabiendo que ya no tendría más compañía, se apartó de la
ventana y dado su labor.
Desempolvaba y pasaba el trapo mojado, una y otra
vez, y así avanzaba lentamente entre los muebles que relucían por lo limpio que
estaban. Mientras trabajaba de y acusó a ocasionalmente por el rabillo del ojo
el rostro de su esposo, el cual también comenzaba a brillar al ser alcanzado
por los rayos del sol que se explicaban por la ventana. Cada vez que lo veía
sonreía y recordaba los buenos momentos que había disfrutado con el
Señor.
Revivía el día en que lo
había conocido, con sus cabellos color marrón y sus ojos grises claros, parado
firmemente en el quicio de la puerta de entrada a la casa de sus padres, con la
mano extendida sosteniendo un ramo de flores y con una sonrisa en los labios,
la misma que ella seguía viendo todas las mañanas, y la voz de su mamá que
decía: "Hija, éste es Roberto, el hijo de mi amiga Isabel, quien viene a
conocerte." De allí en adelante todo había pasado muy rápidamente, casi
sin notarlo, y pronto se encontró viviendo en la casa en que ahora estaba, con
sus muros gruesos de piedra y rodeada con un gran patio con fuentes cantarinas
y árboles cargados de frutos y pájaros, viendo la vida transcurrir
apaciblemente en torno a ella, y sintiendo todos los días el amor que se
dependía de aquellos ojos, los mismos que la miraban desde su sitio preferido
en la habitación.
Siguió con su trabajo,
con su ritmo constante-cloc cloc-, tratando de desempolvar lo ya desempolvado,
y pasando el trapo, ya no muy húmedo, por las superficies pulidas de la madera.
Todos los muebles que la rodeaban se los había comprado Roberto, al principio
poco a poco, pues no había mucho dinero después de los gastos por la
adquisición de la casa, pero posteriormente en forma mucho más holgada al
crecer su negocio y terminarse el pago de la hipoteca.
Se acercó a un
escaparate estilo francés, menudo y delicado, con vidrios curvos en sus
costados y finamente labrado y enchapado. lo abrió con mucho cuidado pues era
frágil, y con mano temblorosa movió el plumero entre las figuritas de porcelana
que coleccionaba dentro de la vidriera. Muchas de ellas eran regalo de Roberto,
otras fueron compradas durante los viajes que hacían juntos, y las más nuevas,
con, los colores más vivos y trazos más irregulares, eran obsequios de sus
hijos, quienes todavía le regalaban figuritas de porcelana cada navidad.
Tomó una de ellas entre
sus manos, la que más gratos recuerdos le traía, comprada por su esposo en
Venecia allá por los años cuarenta, cuando todavía había canales limpios y
góndolas, cientos de ellas surcando las vías de agua, con sus marineros
cantando y tratando de atraer pasajeros a sus barcas. Se la había dado de
sorpresa, después de escucharla decir frente al escaparate de una tienda cuánto
le gustaba. Se la habían envuelto mientras ella, distraída, veía otras bellezas
en una habitación contigua, y se la había dado ese mismo día, durante la cena,
a la luz de las velas cerca de los canales misteriosos, mientras escuchaban el
murmullo del agua descender hacia el mar. Ella siempre había creído que la
magia de aquella noche penetro en la imagen, y había permanecido allí.
esperando, para seguir cada vez que sus manos la tocaban. La tomó y al sentir
aquel objeto pulido entre sus dedos se halló sentada en la misma mesa con
velas, mirando los ojos grises de un hombre joven.
Devolvió la figurilla a
su lugar de reposo y cerro con delicadeza la puerta de la vidriera, que crujió
al ajustarse.
Con pasos lentos y
medidos se dirigió al lugar más sagrado de la casa, a la esquina preferida de
Roberto, en donde estaba su sofá y su pipa; y en donde todas las tardes, como
rito solemne, apenas llegaba de la oficina se sentaba a leer los periódicos y
algunos libros que con las páginas marcadas aguardaban su retorno a medio leer.
Se acerco con lentitud,
casi con devoción, y miro aquel rostro que tan dulcemente le devolvía la
mirada. Observó sus contornos, su expresión, como tantas veces lo había hecho.
Entonces tomó con cuidado el marco de madera en donde reposaba el retrato de su
marido, muerto hacía muchos años, y con movimientos suaves empezó a desempolvar
con el plumero aquella imagen sonriente.
El banquero y el pintor
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-Julio, ven
para acá y déjame presentarte al expositor.
- Espera un
minuto, Susana.
- No hay
tiempo. Hay que aprovechar que se nos escapa. ¡Maestro! ¡Maestro…!
- Hola, Susana.
Tengo días de no saber de ti. Gracias por venir.
- Buenas noches,
maestro. Es verdad: ando medio perdida, ¡sabe? Ocupada con mi casa y lo
social. A propósito, le presento a mi esposo. Julio, este es el pintor
Luis Vuigo, de quien tanto te he hablado.
- Mucho gusto
en conocerlo, señor Vuigo.
- El gusto es
mío, señor Aranda. Tiene usted una esposa con una sensibilidad exquisita y buen
gusto por el arte.
- Lo sé. Lo veo
todos los días en las paredes de mi casa, y en la columna de débitos de mi
chequera.
- Ja, ja…
Cuánto siento que el buen arte cueste, señor Aranda. Pero tiene que admitir que
es dinero bien gastado.
- A veces
pienso que sí, otras que no… Si pudiéramos vender los cuadros que
compramos rápidamente y con ganancia, estaría de acuerdo con usted. Pero
nosotros lo único que hacemos es pagar y acumular.
- El arte no se
debe adquirir solo pensando en el dividendo. Un cuadro tiene que decir algo a
la sensibilidad del comprador.
- El maestro
tiene razón, Julio –interrumpió Susana-. Hemos comprado nuestros cuadros más
por estética que por inversión.
- Bueno, los
has comprado tu; casi nunca yo. Y espero que hayas pensado también en la parte
material.
-Los he
escogido por su significado, y no porque su valor pueda aumentar.
-Cada vez que
compras uno me dices que es igual que tener oro. Que no existe lugar en el
mundo en donde nuestro dinero esté mejor colocado.
- Eso también
es verdad, cariño. Pero yo compro porque me gusta lo que adquiero.
- Entonces,
¿podrías haber gastado una fortuna en cosas que no valen?
- No, eso no,
Julio. Se lo mucho que te importa que invirtamos bien, y trato de comprar cosas
de valor.
Apartó la vista y la fijó en el final del salón.
Agregó:
-Ahora, por favor, excúsenme que vi una amiga allá al otro lado- y partió
dejando a los dos hombres solos.
- Esa mujer mía se gasta cada año una fortuna en cuadros. La mayoría están
colgados en las paredes de mi casa y en mi oficina, pero los muros se están
acabando y no sé donde va a poner tanta obra. Ya tiene un buen grupo guardado
en el sótano.
- Su esposa tiene razón, señor Arana. Las obras de arte pueden ser la mejor
inversión que hay.
-No creo, amigo Vuigo. En el mercado hay bonos y otros valores que alcanzan 10%
o más de incremento en su valor por año.
-Un buen cuadro de un buen pintor puede doblar su valor por año…
-¿100% de aumento? No sea iluso.
-Sí, así es…
- No lo creo.
- ¿Sabe usted a cuánto se vendió un Van Gogh el año pasado? ¿Y un Rubens hace
sólo algunos meses?
-¡Ah! ¡Esos sí! Son pintores clásicos que murieron y que su obra es limitada y
fuera el alcance de un comprado común como yo.
-¿Y qué me dice de Dalí, Miró y Picasso, todos vivos hasta hace unos pocos
años? Muchas personas compraron cuadros cuando recién comenzaban, y ahora los
pueden vender por miles de veces su valor.
- Es cierto, pero esos también ya estaban muertos.
-¿Y no piensa usted que los nuevos Dalí y Picasso podrían estar exhibiendo hoy
en las galerías de nuestro país?
-¿Cómo usted aquí?
-Sí, como yo aquí.
-¿Y sus cuadros valen mucho?
-¿En dinero o en valor artístico?
-Bueno…, en ambos, por supuesto. Lo uno está unido con lo otro, ¿no?
-No necesariamente. Recuerda usted a Van Gogh. No pudo vender un solo cuadro
durante su vida y tuvo que vivir casi de la caridad. Sin embargo, la humanidad
a aprendido a apreciar su arte y pagan fortunas por sus obras.
- Después de muerto…¿ De qué le ha valido al pobre?
-Bueno, todo es relativo. Estoy seguro de que tuvo una gran satisfacción en
crear esas pinturas inmortales. Aunque nadie las comprendiera en su momento, el
sí lo hizo y apreció su propio trabajo.
- Pero tuvo que vivir de la caridad. Usted mismo lo dijo.
-Así es, pero ¨no solo de pan vive el hombre¨. Produjo tal cantidad de cuadros
que debió sentir algún goce en pintarlos.
-Pero nadie los apreció…
- A un verdadero artista eso no le importa. Lo principal es que el mismo valore
su obra y se regocije en crearla. ¡Eso es lo importante!
-Entonces, ¿para qué las exhibiciones?
-Uno también tiene que vivir…
-¿Y usted considera que sus cuadro son también una buena inversión?
- Para el que los entiende, ¡por supuesto!
- ¿Y para el que solo desea obtener una ganancia con ellos con su reventa?
-Para esos no.
-No entiendo.
- Si una persona desea solamente ganar dinero con mis cuadros, preferiría que
no los comprara.
-¿ Y eso?
- ¿Usted tiene hijos, señor Arana?
-Si, dos. ¿Por qué?
-Y si alguien ofreciera comprárselos, ¿usted los vendería?
-¡Por supuesto que no!
-Bueno, mis cuadros son casi como sus hijos. Hablando en metáfora se
podría decir que no los vendo. Los cede a quienes tienen la capacidad de
apreciarlos y se me retribuye con dinero para que pueda seguir procreando más.
-¿Cuántos cuadros tiene usted en esta exhibición?
-Unos veinticinco, más o menos.
-¿Cuánto ha vendido?
-No lo sé…Unos diez o doce, supongo.
-¿No quisiera venderlos todos?
- Si, pero a personas que lo aprecien.
- ¿Sus cuadros han aumentado de valor en los últimos años?
-Si, bastante.
-Bueno, fíjese usted en aquel en el centro de la sala. No está a la venta. Lo
pinté hace ya unos tres años y me lo compró el mismo dueño de esta galería. Ha
triplicado su valor.
-¿100% cada año?
-Exacto.
-¿Y si yo quisiera comprarlo?
-El dueño no lo vende. Lo muestra con orgullo, pero no lo vende…
-¿Cuál considera usted que es el mejor cuadro?
-Ese que está allá –y señala un cuadro grande en el centro del salón.
-¿Está vendido?
-No.
-¿Cuánto cuesta?
-Diez mil.
-Bueno, lo compro.
-Gracias, pero, ¿no desea que nos acerquemos y que le explique algo más sobre él
y mi técnica antes de que haga su decisión?
-No. No es necesario. Mi decisión ya está hecha. Voy a probar su teoría. Lo
conservaré tres años y entonces trataré de venderlo en treinta mil.
-Entonces no se lo vendo.
-¿Cómo dijo?
-Que no se lo vendo.
-Pero si no tiene ni la mitad de sus cuadros vendidos…
- No importa; prefiero no vendérselo.
- ¿Y, por qué?
-Se lo dije ya hace un momento.
- ¿Qué?
-No vendo cuadros para inversión, solo a quienes lo aprecian. Por eso invité a
esta exhibición solamente a personas como su esposa, con las cuales me siento a
gusto si mis obras se venden.
-Ah…
- Además, ya está vendido
-Pero si me acaba de decir que no lo estaba.
‘
- Hace un minuto no, pero ahora sí…
-¿Y quién se lo compró tan rápido?
-Yo mismo. Voy a seguir sus consejos: lo conservaré tres años y lo venderé en
treinta mil. Y ahora, permiso, tengo que circular para atender a mis otros
invitados.
Consejos de pesca
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El vendedor puso una de sus manos
frente a la otra, miró cada una, las apartó un poco más y al fin dijo, con una
sonrisa en los labios:
-Sí, así era de grande. Se me escapó al final porque la cuerda no aguantó.
Estuve peleando por un buen cuarto de hora hasta que se me fue…
-¿Y qué señuelo utilizo? –preguntó uno de los que le escuchaban.
La sonrisa del hombre se amplió y acercándose a uno de los anaqueles rellenos
de señuelos anunció, tocando uno plateado que brillaba con la luz fluorescente
de la tienda:
- Esta preciosidad…- y lo acarició con afecto.
- ¿Cuántos pies de cuerda dejaste libre? –preguntó otro que le conocía.
- Unos cincuenta –respondió-. No hay que dejar mucho por si pica uno
grande. Hay que tener suficiente cuerda de reserva para la pelea. Soltar y
recuperar; soltar y recuperar…-y mientras hablaba tomaba en sus manos una caña
imaginaria e imitaba los movimientos de la pesca.
- ¿Tiene fotos? ‘preguntó el primero.
- No. Yo nunca le tomo fotos a mis peces trae mala suerte.
- Ya veo…
- A propósito -añadió el vendedor- ,¿alguien tiene un reloj? Por favor
avísenme cuando sean las cinco.
- Faltan cinco minutos para las cinco –respondió uno de los que
escuchaban.
- Gracias. ¿Dónde estábamos? ¡Ah, sí! En la pesca del róbalo. ¿Sabían
ustedes que a veces se les encuentra río arriba varios kilómetros?
- Sí. Tengo entendido que es un pez de rio y mar- dijo uno.
- Cómo el salmón- agregó otro.
- ¿Es ese el pez que puede pesar más de 200 libras y que hay que pelarlo
por varias horas?
- No- respondió el vendedor sonriendo-. Ese es el sábalo real. Ese
da muy buena pelea, pero casi nadie lo pesca como deporte en Panamá. Existen en
el lado atlántico. Metidos en los ríos y en los esteros. También se
pescan en el lago Gatún, en donde se quedaron atrapados cuando construyeron el
canal.
- ¿Y son tan grandes como se dice?
- Si, son muy grandes, y muy peleadores- respondió de nuevo el vendedor-.
Son peces primitivos, llenos de huesos, por lo que es difícil comerlos.
- ¿Y usted ha atrapado alguno?- Pregunto otro de los presentes, que no
había hablado hasta ahora.
- ¿Qué hora es?-preguntó de nuevo.
- Tres para las cinco –respondió el mismo que le había dado la hora unos
minutos antes.
- Gracias. Sí, he atrapado muchísimos; incontables. Algunos de más de 150
libras.
- ¿Tienes alguna foto que nos muestres para ver cómo son? –preguntó el que
lo conocía.
- No. Te he dicho que no me gusta tomar fotos.
- ¿Y con qué se atrapan los sábalos? –preguntó el mismo que le había
preguntado inicialmente por el pez.
El vendedor sonrió. Se acercó
nuevamente al anaquel y respondió:
- Con esta lindura…-y rozó con su mano un señuelo hecho con plumas
relucientes de todos colores con un anzuelo grande en su mitad.
Uno de los presentes se acercó y tomó el señuelo, y
dirigiéndose al vendedor preguntó:
-¿Y con qué caña usó esto? ¿Y cuántas libras de hilo?
El vendedor miró a todos lados. Entonces tomó a su cliente por el brazo, lo
apartó del grupo y lo condujo adónde un grupo de cañas de pescar lo aguardaban.
Cogió diestramente una de ellas y con gesto triunfante anunció:
-Esta es la que usted necesita.
El cliente dócilmente comenzó a moverla con su mano de atrás para adelante, y
de adelante hacia atrás, con movimientos rápidos que hicieron vibrar al
artefacto.
-¿Y qué carrete le pongo? –preguntó el cliente
-Venga… - y lo condujo a un mostrador en donde relucían carretes de todos
tamaños y formas. Tomó uno de los más brillantes, color oro, y
mostrándoselo a su acompañante a la altura de los ojos lo movió de lado a lado,
haciéndolo brillar con la luz de la lámpara.
-Esto es lo mejor que tenemos para sábalo. Es una aleación nueva, un poco más
cara, pero que resiste el tirón más fuerte.
El grupo de personas del que se habían alejado comenzaba a rodearlos nuevamente
para escuchar las explicaciones que el vendedor le daba al cliente escogido.
Este, deslumbrado por la belleza del carrete, lo miró por unos instantes y dijo
resuelto:
-Me llevo la caña y el carrete –y no miró el precio.
El vendedor sonrió. Entonces miró a su alrededor, como si hubiese recordado
algo, y preguntó al grupo de hombres que se había formado otra vez a su
alrededor:
-¿Qué hora es? ¿Alguien me podría decir la hora?
-Falta menos de un minuto para las cinco, -contestó el que siempre miraba el
reloj.
-Gracias. ¿Dónde estábamos? ¡Ah, sí; falta el sedal-dijo dirigiéndose al
cliente que tenía el señuelo, la caña y el carrete en sus manos.
Dio dos pasos y tomó una madeja de hilo de pescar de un estante cercano, y se
lo dio al cliente.
-Tome. Este le servirá.
-¿De cuántas libras es? –preguntó uno de los presentes.
-De veinte libras-respondió el vendedor -. Ideal para el sábalo. Hace que la
pelea sea más interesante que con uno más grueso. No se puede traer el pescado
muy rápido porque revienta la cuerda, y tampoco se rompe muy fácilmente si se
sabe cómo pelearlo.
-Muy bien, lo compro- dijo el cliente-. Por favor, ¿me lo pone en el carrete?
- ¿Qué hora es? –preguntó de nuevo el vendedor.
-Las cinco en punto –respondió el que siempre lo hacía, después de mirar
atentamente su reloj.
-No, no le voy a poner la cuerda en el carrete –dijo el vendedor dirigiéndose
al cliente que tenía todos aquellos aparejos en sus manos.
Este lo miró con ojos de asombro y preguntó:
-Pero, ¿por qué no lo va a hacer? Es su deber.
-Lo era mientras estaba trabajando aquí, pero me acabo de jubilar.
-¿Cómo? –exclamó otros de los presentes.
- Sí. Me acabo de jubilar. Hoy era mi último día y a las cinco me jubilé.
- Además – agregó- odio la pesca y el mar.
- ¿Qué?- exclamó otro -. Yo tengo varios años visitándolo y escuchando sus
consejos. ¿Y hoy es que me viene a decir que odia la pesca?
- Odio la pesca y el mar, pero eso no quiera decir que mis consejos sean malos.
Son acertados, eso lo sé; aunque no sean míos. Solo repito lo que oigo.
-¿Cómo es eso?- lo interpeló el mismo señor.
-Muy fácil. Todos ustedes vienen aquí y conversan conmigo. Yo repito los datos
que aprendo y con ellos invento mis historias. Y como son muchos los que me
visitan, es fácil conseguir material para mis relatos.
-Ha sucedido – añadió-, que cuento nuevamente su misma historia a un pescador,
cambiando los personajes y el paraje para que no la identifique. ¿Saben lo que
me responden?: ”Sí, algo parecido me pasó a mí…”
-Entonces, ¿de verdad que a usted no le gusta la pesca? –preguntó otro.
-No, por supuesto que no. A mí lo que me gusta es la montaña y odio el mar.
-¿Odia el mar? ¡Nos ha estado engañando por todos estos años!
- Les he mentido solo al decirles que era yo quien pescaba todas esas cosas.
Eran ustedes mismos los que lo hacían. Yo solamente cambiaba las fechas y el
tamaño de los peces y me los atribuía a mí. Sin embargo, el lugar, la
profundidad, el señuelo o carnada, todo estaba correcto. Era la experiencia de
ustedes transmitida por boca mía.
-¡Usted es un farsante!
-No, creo que no. Siempre les dije la verdad.
-Pero usted nos dijo que era un pescador…
- Bueno, en cierta forma lo era…
- Pero si nos acaba de decir que nunca fue a pescar-
-Nunca fui a pescar peces, pero si pesqué q muchos…
-¿Cómo? -preguntó uno-
-¿Cómo se pesca sin ir de pesca? No entiendo –dio otro.
-Muy fácil –respondió el vendedor-. Este era mi lugar de pesca y señaló con su
mano todo alrededor del almacén --. Y mis pescados eran mis clientes –y pasó su
mano frente a ellos. Y ésta era mi carnada –y mostró la mercancía que estaba
alrededor de él. Y mi recompensa y satisfacción la obtuve a través de aquello,
-y apuntó su dedo hacia la caja registradora.
-Y ahora, si me permiten –dijo, abriéndose paso entre el grupo de personas que
lo moraban con ojos grandes y la boca un poco abierta -, me excusan pues mi
esposa me espera para partir a nuestra casa en la montaña. Lo más lejos posible
del mar.
Y dando un portazo salió del almacén.
Reglas
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La mujer abrió la
boca y gritó, y el alarido retumbó en toda la sala, rebotando en las paredes y
filtrándose en los cuartos vecino del hospital. La cabeza del niño comenzó a
verse entre las piernas, y mientras más salía más vociferaba ella.
-¡Mierda! ¡Coño!
¡Maldito el hombre que me preñó! ¡Todo es culpa suya, hijueputa doctor! –y miró
con rabia al cirujano vestido de blanco que la ayudaba en su labor.
El doctor miró a
la enfermera, quien lo miró a su vez, y bajaron ambos los ojos. Se concentraron
en el bebé.
-Sí, doctor,
culpa suya..-repitió la mujer entre jadeos-. Gracias a usted lo estoy pariendo.
La enfermera
levantó el rostro y miró al doctor con los ojos bien abiertos. Ningún gesto se
escapó del semblante del hombre que seguía concentrado en su trabajo. Tomó con
delicadeza la cabeza del recién nacido, y con voz suave y tranquila dijo:
-Ahora, cuando
cuente hasta tres, puje, señora. Puje con fuerza.
-¡Usted es quien
debería estar pujando, doctor! –respondió la mujer con rabia-. ¡Usted es el
responsable de la criatura! –comenzó a decir entre sollozos-. Usted la debería
parir, no yo….
-Uno…
-Usted tiene la
culpa…
-Dos..
-¡Mierda¡, ¿por
qué no me hizo caso?
-Tres…¡Puje, puje
con fuerza!
-¡Ayy..! ¡Bendito
sea el Santísimo! ¡Mierda! ¡Doctor!
¡Ahora sí tiene que hacerlo! ¡Doctor! ¡Ayyy..! ¡Mierda!
-Falta poco..
¡Puje, señora puje..!
-Está casi
afuera-intervino la enfermera-. Un esfuerzo más y listo.
-¡Ayy..! ¡Coño!
-Ya salió; faltan
los pies nada más –anunció la enfermera con tono de triunfo.
-¡Ayyy,
virgencita querida! No se vaya doctor, no se vaya….Esta vez tiene que ayudarme.
Otro no…¡No quiero otro más!
Pero el doctor
había dado media vuelta y se alejaba con la cabeza inclinada, sacándose poco a
poco los guantes.
-Tengo seis hijos,
doctor, y con este siete. Por favor, ¡esta vez tenga piedad! –suplicó la mujer.
-No puedo,
señora. Son las reglas del hospital.
-No puedo más,
doctor…
-¿Ha probado
otros métodos?
-Nada me sirve.
Tengo un marido que me pega y me roba. Y no le gustan los globos, ¿sabe?
-¿Y si se le
coloca algo ahí dentro?
-No, doctor.
Quiero que corte…, y que lo corte muy bien.
-Ay, mihijita,
pero tú tienes solo veintiocho años.
-Y siete hijos y
un cuerpo viejo y cansado.
-Sí…No pareces de
veintiocho, sino un poco más.
-Bastante más,
doctor.
-Voy a pensarlo.
Regresa dentro de un mes.
-¿Un mes, doctor?
En un mes estoy preñada de nuevo.
-Evita a tu
marido.
-¿Evita a tu
marido? Imposible. Me acosa noche y día y tengo que acostarme con él dos veces
por día como mínimo.
-¿Cómo?
-Sí, dos veces,
doctor. ¿Por qué cree que no fallo un año en estar preñada?
-Un mes; deme un
mes, señora. Antes de eso no puedo hacer nada.
E inclinando la
cabeza sobre su escritorio, fingió escribir hasta que la señora se levantó y salió,
cerrando la puerta del consultorio con un golpe seco.
La mujer gritaba
mientras la ambulancia daba saltos en los huecos de la calle, abriéndose paso
con una sirena desafinada. De entre sus piernas sobresalía el alambre
ensangrentado de un gancho de ropa, fijamente adherido a sus entrañas. El
enfermero, acostumbrado a aquellos menesteres, se bamboleaba sentado a un
costado de la camilla, la mirada perdida a través de la ventana y con un
cigarrillo en los labios. Un nuevo grito de la señora hizo que girara la cabeza
lentamente y la observara. Decidió que su color estaba muy pálido y con
movimientos lentos tomó la mascarilla atada a una botella de oxígeno, y se la
colocó en la cara. La señora pareció calmarse al respirar aquel aire
refrescante, y el enfermero volvió a su posición abstraída, mirando de nuevo la
ciudad por la ventana.
-Hay que abrir
para sacar ese gancho-informó.
-Pero doctor. Ha
perdido mucha sangre y no conviene hacerlo aquí en urgencias.
-No hay tiempo
que perder. Llame al ginecólogo de turno y que traigan cinco pintas de sangre
O+.
-¿Seguro que es
O+?
- Eso dice su
carnet no hay tiempo para hacer pruebas.
-Se está poniendo
pálida.
-¿Dónde está esa
sangre?
-Fueron a
buscarla.
- Rápido, al
quirófano. Vamos, empujen todos.
- Enfermera,
guantes.
- ¿No se va a
lavar, doctor?
- No hay tiempo
que perder.
- Bisturí.
- Tiene latidos
débiles…
- No hablen.
Déjenme concentrarme.
- Se va, doctor…
- Shhhh…
- No está
respirando, doctor.
- ¿ Choque
cardíaco ?
- No tenemos la máquina.
- ¿Dónde está?
- Dañada. Se la
llevaron para arreglarla.
- ¡Mierda! Voy a
darle masaje cardíaco. Sosténgame, enfermera.
- No funciona…
- Shh… Déjeme
trabajar.
- No hay latidos,
doctor.
- Shh…
- Ya no respira…
- Bueno, se
acabó.
- Doctor, acaba
de llegar el ginecólogo Sánchez.
- Buenos días,
doctor.
- Buenos días,
doctor Sánchez. Mire esto…
- Se metió un
alambre de ropa.
- Estas pobres
desgraciadas ya no saben qué hacer para no tener más hijos.
- Sí, eso es
cierto…
- Bueno, doctor
Sánchez. Gracias por venir, aunque fue por gusto.
- De nada,
colega. Un momento. ¿ Quién es ella ? Yo la conozco.
- ¿La conocía?
- Sí, estuvo hace
unos tres meses pariendo aquí mismo. Dijo que iba a volver pero no lo hizo.
- ¿Quería
anticonceptivos?
- No. Me pidió
que la esterilizara.
- ¿ Y no accedió?
- No. Las reglas
del hospital ¿Sabe…? Tenía solo 28 años.
- Ah, sí.
Veintiocho años.
- Pero con siete
hijos.
- ¿Siete hijos?
- Sí, siete…
- ¿ Y usted no
hizo nada?
- No podía.
Quería esterilizarse y yo no puedo hacer eso. Las reglas…
- Sí doctor, las
reglas… - y volviéndose miró el rostro de aquella señora. Lo vio suave,
delicado, con una palidez tenue y con una ligera sonrisa en los labios, como si
al fin estuviese descansando.
Espero les haya ayudado mi investigación... ;)
Fuentes:
1. J. R. Fernández de Cano. Fonseca Mora,
Ramón (1952-VVVV). Octubre 10, 2015, http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=fonseca-mora-ramon
2. Wikipedia. (julio
24, 2015). Ramón Fonseca Mora. Octubre 10, 2015, https://es.wikipedia.org/wiki/Ramón_Fonseca_Mora
3. Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 34-38
6. Eco tv. (2014). Ramón Fonseca Mora, Ministro consejero de la Presidencia
3. Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 34-38
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá:
Sibauste, S.A. pp. 87-89
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá:
Sibauste, S.A. pp. 90-96
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá: Sibauste, S.A. pp. 92-101
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá:
Sibauste, S.A. pp. 102-108
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá:
Sibauste, S.A. pp. 133-134
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá:
Sibauste, S.A. pp. 143-145
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá:
Sibauste, S.A. pp. 163-168
Fonseca, R.(2014, abril). La isla de las iguanas y otros. Panamá:
Sibauste, S.A. pp. 183.188
4. Samos, I..(Diciembre2, 2010). Entrevista a Ramón Fonseca Mora. Noviembre
2, 2015, de El Nuryanal Sitio web: elnuryanal.com/?page_id=362
5.Wikipedia. (abril 9, 2013). Cuento. Noviembre 2, 2015, de Wikimedia,
Inc Sitio web: es.wikipedia.org/wiki/Cuento
6. Eco tv. (2014). Ramón Fonseca Mora, Ministro consejero de la Presidencia
[Vídeo]. Disponible en:
http:// https://www.youtube.com/watch?v=e8qGRYnXwlw
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